Mentalidad quinielista
Nos hemos acostumbrado a acabar el día sin tener ni idea de lo que va a ocurrir mañana y a veces sin tener ni idea de lo que ocurrió hoy
Madrid
‘Violética’. Es una de las canciones políticas más famosas de Nacho Vegas. Como tantas canciones políticas, era una canción de amor, o desamor. Son las noticias las que convierten el amor en política.
El desamor, por ejemplo. O la incertidumbre. Nos hemos acostumbrado, o nos han acostumbrado, a acabar el día sin tener ni idea de lo que va a ocurrir mañana. Y a veces sin tener ni idea de lo que ocurrió hoy. No respecto a una ley, no respecto a una iniciativa parlamentaria, sino respecto al Gobierno. Tenemos que hablar, y hablamos horas, de suposiciones, de conjeturas, casi nunca de hechos probados. Eso ha creado una cierta mentalidad quinielista. Hablamos para acertar, debatimos sobre posibilidades y creencias. La inestabilidad -esto también pasa en el amor- te obliga a hablar del futuro, que es un coñazo, porque nadie lo conoce.
Intento llegar al futuro antes de que llegue él. He estado medio agosto en mis cosas. Cuando he vuelto a la actualidad, a leer los periódicos, a escuchar las radios, me he dado cuenta de que cuando un país pasa mucho tiempo sin Gobierno, empieza a vivir en condicional. Los partidos podrían, harían negociarían, pactarían. Y esos verbos se trasladan a la vida cotidiana, y todos -cuando pasa el tiempo- empezamos a poner nuestras decisiones en suspenso. Como periodistas el suspense es el infierno, salvo en la sección de deportes. Pero como ciudadanos el suspense, fuera del cine, es cansino. Es aburrido. Es un coñazo.