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Un mal día lo tiene cualquiera

El cambio en Rusia

Es complicado tener un día peor que el que tuvo la familia Romanov el 17 de julio de hace 101 años. Particularmente si tenemos en cuenta dónde estaban solo cinco años antes

Antonio Ribeiro (Getty Images)

En 1913, la dinastía reinante en el Imperio ruso celebraba que llevaba 300 años controlando una enorme extensión territorial. El zar Nicolás y su esposa, la zarina Alexandra, conmemoraban con sus cuatro hijas y su hijo la ascensión al trono de Miguel Romanov en 1613. El ceremonial del tricentenario quería mostrar al pueblo ruso que su unión con sus monarcas era eterna.

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Cinco años más tarde, esa celebración debía parecer un sueño. En febrero de 1917 el zar había abdicado, y en octubre Rusia había visto cómo una revolución comunista, liderada por Vladimir Lenin, se había hecho con el poder. En julio de 1918 el país seguía en medio de una guerra civil entre los partidarios del viejo orden y los revolucionarios bolcheviques. Debido a esta guerra, los Romanov habían sido desplazados por sus antiguos dominios hasta acabar en Ekaterimburgo, a unos 1800 kilómetros al este de Moscú. Pese a que las condiciones de su cautiverio habían ido empeorando progresivamente, ni Nicolás ni su familia esperaban lo que sucedió el 17 de julio. Durante la noche, fueron conducidos al sótano con el pretexto de que tendrían que volver a trasladarlos. Pero al cabo de un rato llegó un escuadrón de la policía secreta que anunció al zar que lo iban a ejecutar. Los encargados de hacerlo, además, no eran muy buenos profesionales, y acabaron matando a la familia real entre disparos, bayonetazos y golpes. Sus cuerpos fueron bañados en ácido y enterrados en una fosa, que permaneció oculta durante años.

Puede que el zar tuviese crímenes peores a sus espaldas, pero es difícil justificar la muerte de sus descendientes, que sólo habían cometido el crimen de nacer en la familia equivocada.

 
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