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"Nadie nos decía lo que pasaba tras la explosión en Chernóbil"

Svieta Volochay fue víctima del desastre nuclear de Chernóbil cuando era niña. Recuerda que les pedían que tomaran pastillas de yodo sin explicar por qué. Tras varios casos de cáncer entre sus familiares, solo espera vivir en paz y denuncia la falta de responsabilidad del gobierno

Árboles fuera de un apartamento evacuado después de la explosión, en la ciudad ucraniana de Prípyat / GLEB GARANICH - REUTERS

Árboles fuera de un apartamento evacuado después de la explosión, en la ciudad ucraniana de Prípyat

Se han cumplido 33 años del mayor desastre nuclear civil de la historia y todavía se desconoce el recuento final de muertos. El desastre de Chernóbil habría dejado alrededor de 9.000 víctimas mortales, según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud. La cifra se podría elevar a unos 90.000 casos para la organización ambientalista Greenpeace, dados los efectos a largo plazo de la radiación.

Punto de Fuga: "Los supervivientes de Chernobyl" (08/06/2019)

58:09

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Hemos hablado con una de las supervivientes de la tragedia. Svieta Volochay tenía 12 años en 1986. Recuerda que por la mañana se levantaron tras la catástrofe y escucharon los ruidos de la carretera que iba a Chernóbil, con muchos coches militares. “Estábamos todos preocupados. Decían que pasaba algo en Chernóbil, pero nadie nos decía a nosotros qué pasaba”.

Ella, como el resto de los niños, salían a jugar, a pasear con la bici o jugar con la arena. Plantaban patatas en el campo. “La vida era normal, aunque estábamos preocupados”, asegura. La central estaba a 35 kilómetros de su casa.

Chernóbil ha vuelto a la actualidad a raíz de la serie de HBO en la que Svieta reconoce todos sus recuerdos sobre aquella época. “Hasta lloro viendo a esos niños por la calle y que podrían tener las consecuencias que tenemos ahora” dice. La serie refleja los intentos de las autoridades de ocultar el desastre. Antes de la explosión, asegura la superviviente, nadie les hablaba de los peligros de la central. “Ni antes ni después. Después de una semana solo decían que cerráramos los pozos, anduviéramos menos por la calle, cerrásemos las ventanas y después de salir tomáramos pastillas de yodo… nos recomendaban qué comer, no tomar leche”, mientras decían que era para la tiroides, pero sin explicar los motivos, asegura.

La población no conocía los riesgos de vivir cerca de una central nuclear y no fue solo hasta después de la catástrofe que supieron de la radiación a la que se exponían. La familia de Svieta ni siquiera fue evacuada de la zona tras la explosión porque solo se evacuó a la población que estaba hasta a 30 kilómetros. Su familia pensó irse, “tenía las maletas preparadas, porque la aldea estaba sucia”, recuerda, pero les dejaron allí, fue su madre quien hizo todo lo posible para salir.

En su aldea tenían animales y cultivos, pero no podían consumir leche, pescados de río, setas o frutas del bosque por la alta contaminación. Compraban en las tiendas alimentos limpios. “Cinco años después empezaron a surgir muchos casos de cáncer, que tocaron también a nuestra familia. Después de diez años también y ahora hay muchos casos y mucho peores”, asegura Svieta.

La radiación todavía hoy persiste. Greenpeace calcula que hasta 400.000 personas podrían morir por los efectos de la contaminación radiactiva, sin contar las alteraciones genéticas que sufrirán varias generaciones en Ucrania. Sólo en Bielorrusia se identificaron unos 7.000 casos de cáncer de tiroides debidos al accidente hasta 2004. “Estamos preparados para tener cáncer, pero aquí hay otro problema, y es que no tenemos seguro médico, ayuda del gobierno ni posibilidad de hacernos buenas revisiones. Desde los mayores hasta los niños, todas las edades tenemos el sistema inmunológico débil”. El primero de su familia en contraer cáncer fue su primo, luego le llegó a su tío y a su madre, que ha fallecido. Svieta critica que el gobierno tapa la situación y no hace nada por ayudar a los afectados. Nadie les informaba de la gravedad de la situación. Todavía hoy no asumen las consecuencias.

Fue en el año 92 cuando lograron salir de la aldea, aunque tuvieron que volver dos años después al no tener dónde vivir. “No nos pusieron la casa que había prometido el gobierno”. Se quedó allí viviendo con su hermana. Aun conociendo el peligro, dice Svieta, “vivimos como podemos y luchamos como podemos”. Su aldea, según le contó su madre, era un pueblo con “naturaleza preciosa, poca gente que vivía en paz y con alegría y planes”. Ahora, sin embargo, asegura que viven el día a día sin saber qué esperar. “Solo esperamos que mañana no tengamos la noticia de que alguien tiene cáncer o algo parecido, que nuestros niños puedan estar más felices”.

 
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