Lo que es nuestro
La lectura de 'En busca del tiempo perdido' es un ejercicio que no debería rehuir ningún lector que quiera serlo en toda la extensión de la palabra o quien quiera entender la misión que a la literatura le incumbe en esta época
Madrid
"Lo que estaba claro antes de nosotros, no es nuestro. Sólo viene de nosotros mismos lo que nosotros sacamos de la oscuridad que está en nosotros y que los demás no conocen". Palabras como estas se leen en 'El tiempo recobrado', la última parte de 'En busca del tiempo perdido', de Marcel Proust. Para llegar a ellas hay que leer más de tres mil páginas, las que forman con este volumen los otros seis que componen la serie en la edición española —en la clásica en francés de La Pléiade se divide en cuatro—. Es un ejercicio que no debería rehuir ningún lector que quiera serlo en toda la extensión de la palabra, o por lo menos quien quiera entender la misión que a la literatura le incumbe en la era de la imagen instantánea e hipercomunicada. Hay libros de doscientas páginas a los que les sobran cien. En las tres mil y pico de En busca del tiempo perdido, ni una sola está de más. Es posible que no todas sean necesarias para entender la historia narrada. Pero en todas ellas hay un escritor que nos ofrece, terso y vibrante, el fruto de una exploración personal, que lo conduce a las profundidades de sí mismo y de cuanto le rodea, y que captura la esencia del tiempo que es todo lo que somos y todo lo que tenemos, hasta que se acaba y lo terminamos de perder. Muchos no seríamos sin Proust el lector y el escritor que somos. No está al alcance de demasiados escritores obrar semejante efecto.
'En busca del tiempo perdido', ni más ni menos
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