Clint Eastwood, un camello reaccionario

Madrid

Hace tiempo que Clint Eastwood está en los márgenes de la carretera. Como en sus películas, apartarse es un gesto de mayor libertad que circular, metáfora que define a un director de vuelta de todo para la era de lo políticamente correcto. A sus 88 años estrena 'Mula', la historia de un octogenario que, ahogado por las deudas e incapaz de adaptarse al negocio digital, acaba de transportista de cocaína para el narcotráfico mexicano. 

Basada en hechos reales, Nick Schenk, guionista de Gran Torino y de la serie Narcos, adapta una historia publicada por el New York Times sobre un hombre de 90 años que trabajó de mula para el cartel de Sinaloa. Un hombre arruinado y solo en una huida sin salida, en un camino de perdición a la avaricia, pero que, al contrario que en Breaking Bad, Eastwood no lo deja caer, lo moldea en su antiheroísmo. Lo dota de humanidad, humor, y, según defiende, se convierte en un Robin Hood. 

Tras varias cintas de exaltación del heroísmo americano, el realizador vuelve al registro y al tono de Gran Torino, su última gran obra, la última vez que lo vimos en pantalla. Diez años después, dirige y protagoniza esta cinta. "Nunca he dicho que esta vaya a ser mi última película, no lo sé, quién sabe, quizás están deseando que lo sea", ha declarado durante la promoción de la cinta. Rodeado de su equipo técnico habitual, a su amigo y potencial heredero, Bradley Cooper, le reserva el papel de agente de la DEA encargado de perseguirle. Andy García, Michael Peña y Dianne West completan un reparto entregado a la pericia y sensibilidad del cineasta. 

Eastwood pone todo este relato al servicio de su discurso más reaccionario. En plena era Trump y su obsesión con México, regala al presidente republicano una cinta que no oculta -de hecho parece querer subrayar- su mirada racista, xenófoba, homófoba y machista. El realizador centra en la familia la salvación como parte de la idiosincrasia de esa América blanca. Alejado de la simpleza del Make America Great Again de sus últimas obras, regresa a dos temas habituales en su filmografía: la parte oscura del sueño americano y las contradicciones del individualismo liberal en estos años de crisis. El hombre hecho a sí mismo, al que le embargan, pero se levanta para mantener las apariencias. 

Eastwood mantiene el pulso, delante y detrás de la cámara, con una destreza visual austera y clásica pero elegante, y con el magnetismo en pantalla de ese viejo cowboy, ahora un abuelo desacomplejado y libre.  Sin llegar a la culpa, sin plantear un perdón, muestra sus remordimientos y busca redención en una cinta que bien podría ser su testamento político. 

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