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Opinión
El dietario de Ramoneda

Derechas viejas, izquierdas reincidentes

Josep Ramoneda analiza la Convención del PP celebrada este fin de semana en la que se ha consolidado el liderazgo de Pablo Casado y su idea de partido, la decisión de Errejón de dejar su escaño en el Congreso y la crisis de Podemos, y, por último, la crisis entre los taxistas y el negocio de las vtc

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Barcelona

Derechas viejas, izquierdas reincidentes. La derecha celebra el regreso del PP de siempre. ¿Cuál es el PP de siempre? A juzgar por el desarrollo de la convención, y con el permiso de Manuel Fraga, es el PP de Aznar. El que devolvió el poder a la derecha, el que anticipó lo que estamos viviendo ahora: el regreso al pasado. Aznar logró la gran unificación sobre dos bases ideológicas: liberalismo económico radical y autoritarismo político y moral. Exactamente lo que hoy se lleva en buena parte de Europa. Por eso Aznar estaba exultante, por eso volvió a pedir el voto para el PP, una vez Rajoy ya había regresado a casa, y por eso consagró a Pablo Casado como “líder como un castillo”, “sin tutelas ni tutías”. Pero que nadie lo olvide, el PP de siempre además de ser el del rearme ideológico fue también el de la corrupción, el de la Gürtel, el de la humillante imagen de las Azores.

Con el PP intentando guiar a Vox y Ciudadanos en la búsqueda del paraíso perdido, la izquierda reincide en la división, uno de sus demonios familiares. El panorama se complica: PSOE, Podemos, Más Madrid, Izquierda Unida y un sinfín de confluencias que van y vienen. Íñigo Errejón ha dado el golpe que levanta acta del fin de una ilusión llamada Podemos. “Yo no vine a estar en la política, yo vine a hacer política”. Esta respuesta de Errejón al miserable ataque de Echenique, preguntando de qué iba a vivir Íñigo hasta mayo si dejaba el escaño de diputado, es un buen pie para una foto de familia de Podemos. Algunos se habituaron demasiado pronto a estar allí y otros han ido saliendo en goteo constante. Y la fuga continuará.

Y mientras, la calle habla de taxistas, de ubers y de cabifys. Me temo que los taxistas, situados a la defensiva, están perdiendo la batalla de la imagen. Y, sin embargo, la Gran Vía de Barcelona convertida en apacible parking de centenares de taxis en amarillo y negro, combinados con algunos de blanco de las ciudades vecinas, tenía la belleza de una instalación artística. Y daba gusto cruzarla sin tener que reparar en los semáforos. Pero choca el distinto nivel de tolerancia según el color de los que cortan las calles, por ejemplo, los taxis barceloneses o las esteladas independentistas.

 
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