Explotaron los armarios
El editorial de Celia Blanco en 'Contigo Dentro'
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Getty Images
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Madrid
Mi primer marica oficial se llamaba Manolito. Empecé a verlo desde mucho antes de que se legalizara la homosexualidad en España, pero lo recuerdo especialmente siendo yo pequeña. Manolito no era un delicuente, por muy marica que fuera. No lo era aunque se enrollara con algún que otro militar de la Base Aérea, ni aunque durante décadas fuera el amante de muchos de los niños bien de aquella ciudad. Manolito era marica de los que lo pasean y maricón de los que no se ocultan.
A Manolito, como a muchas otras personas homosexuales, lo trataron a patadas. Lanzarle piedras era una afición, escupirle una dinámica y mirarlo con cara de asco lo mínimo que soportaba el pobre señor. A él también trataron de curarlo. Era lo que se hacía antes con todos los que se enamoraban de personas de su mismo sexo. La derecha clamaba al cielo acusando a los homosexuales de intentar acabar con la humanidad. La iglesia se santiguaba y reclamaba castigos por todos los clavos de Cristo. Hasta hace cuarenta años todos los armarios estaban clausurados y solo dentro de ellos se podía amar en libertad.
Hasta que esos armarios explotaron. Hasta que fueron tantos los que se quisieron dentro que, con su lucha, su perseverancia y su fuerza, consiguieron que amar no fuera un delito.
Celebremos que se partieran la cara. Agradezcamos que pelearan. Y recordemos que la lucha sigue mientras exista una sola persona capaz de denigrar a los que no son heterosexuales; la ultraderecha alimenta este germen de odio. No dejemos que florezca.
La homofobia no es una opinión, es un ataque a los derechos humanos.
Lo bueno de que pasen los años es que ahora tenemos leyes que nos protegen. Y con ellas, queridos míos, nos protegeremos.
No tengo ni idea de dónde puede estar Manolito. Le perdí la vista hace más de veinte años. Pero me da que esta Navidad, si puede, celebrará con un brindis que hace 40 años que puede pasearse por la calle con los amores que le den la gana.