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Rebecca. La revolución (sexual) de las criadas

En la obra de Daphne du Maurier la verdadera viuda no era el señor, sino la ama de llaves

Fotograma de 'Rebecca' / Alfred Hitchcock

Fotograma de 'Rebecca'

Madrid

"Anoche soñé que había vuelto a Manderlay". Muchos recordarán estas líneas, dado que Hitchcock las llevó al cine. Son los primeros pasajes de Rebecca. La más famosa novela de la escritora Daphne du Maurier. Firmada en 1938, la llaman un long seller. Un libro que se vende, también, a largo plazo. 4.000 ventas cada año, sin más, se suman a los 30 millones de ejemplares que, de esta obra que ya circulan por el mundo.

"Esta empleada es también subversiva, porque no es un objeto de deseo"

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En Rebecca, una joven contrae matrimonio con, prácticamente, un desconocido, un hombre viudo. Al llegar a su casa, un gran palacio inglés, empieza el tormento. Ni su marido, ni los miembros del servicio dejan de mentar a la anterior señora, Rebecca.

Este libro pasó a la historia como un estudio sobre los celos. La segunda esposa incluso carece de nombre en la obra. Los celos en esta obra no parten del amor, sino de la envidia. De la búsqueda de reconocimiento, no afectivo, sino social. Ella se siente pequeña no solo delante de su marido, sino delante de los amigos o de los familiares. Se trata de una devaluación social.

Nuestra protagonista sin nombre es incapaz siquiera de hablar con su marido. Teme decir cualquier cosa que le recuerde a su anterior esposa. En esta obra, entra también la idea de lo siniestro propuesta por Freud. Siniestro es aquello que ocurre por segunda vez. También lo son dos cosas que se parezcan mucho, pero no del todo. Como una segunda esposa, viviendo en la casa en la que antes vivía otra mujer y durmiendo en la misma cama.

Decía Freud que también es siniestro todo aquello que nos devuelva un miedo anterior. La idea del doble, también, el doppelganger, en alemán. Encontrarnos a nuestro doble. O, como le ocurre a nuestra narradora, encontrarse a la otra esposa en un retrato en la pared. Además, Rebecca murió en extrañas circunstancias y de un día para otro.

No es su marido quien le hace sentirse pequeña. Sino el servicio. La criada le dice que ella nunca será como la señora. A esta empleada le duele verla tocar las cosas de su verdadera señora, que se siente en su escritorio o disponga de sus vestidos. Llega a tal punto, que incluso insinúa a nuestra narradora sin nombre que acabe con su vida, ya que nunca será como Rebecca. Creíamos que el viudo era el señor de la casa, pero si pensamos en el amor desmedido de esta criada hacia la señora, quizá la viuda es ella.

Pues esta empleada es también subversiva, porque no es un objeto de deseo. Es un sujeto de deseo y desea a su señora, a Rebecca. Y es la verdadera protagonista de esta historia. Algo que altera también el orden de clase y vertical de las cosas, porque las grandes tramas nunca son las de los criados, sino las de los señores.

 
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