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Noches blancas. Los héroes deambulan solos

Cuatro millones de españoles sienten soledad. Lo contamos junto al trabajo de Dostoievski

Fotograma de Le notti bianche / Luchino Visconti

Fotograma de Le notti bianche

Madrid

Un hombre, nuestro protagonista solitario y en esta ocasión, también, nuestro narrador, deambula por las calles de su ciudad, San Petesburgo. En verano, cuando las noches son cortas, los días largos, conoce a una mujer de la que se queda prendado. Noches blancas, una historia que Dostoievski escribió en 1848, con apenas 27 años, y que se ha llevado al cine hasta en siete ocasiones. Entre otros, por Luchino Visconti.

"Nuestro soñador no quiere dejar escapar la oportunidad de compartirse con otra persona"

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Le escuchábamos hablar solo por la calle. Cuenta que se ha hecho amigo hasta de los edificios. Pero no logra hablar, siquiera, con el anciano con el que se cruza todos los días. Habla con nosotros, eso sí. Y no oculta su soledad. Pero más interesante aún, se cruza con una mujer con la que, desde el primer saludo, decide mostrarse también como es: vulnerable, envuelto en una soledad involuntaria. Ya desde el principio nos muestra a un protagonista masculino que escapa de lo que se espera de un hombre. Y todo esto, en la Rusia del siglo XIX.

Cuando la conoció, lo hizo para ahuyentar a un hombre que la estaba acosando por la calle. Aquí tenemos uno de los primeros rasgos del héroe clásico: alguien que vence un miedo. En este caso, el miedo a la comunicación, cuando la situación lo requiere. El policía de Tiburón, por ejemplo, padecía al principio miedo al mar.

Él apenas habla de deseo. Solo de compartirse con alguien. La primera mitad de la novela reitera, una vez y otra, lo solo que se encuentra nuestro personaje. Su dimensión ética le lleva a la soledad. El héroe se enfrenta, habitualmente, a las convenciones del pueblo en el que le rodea. Cuando Dostoievski reitera que nuestro soñador se encuentra solo, reitera, de alguna manera, lo heroico que es. Según la psicología, la soledad es la ausencia de relaciones personales suficientes o significativas.

Y, apoyada en la complicidad, ella le habla de un desamor pasado. Y él escucha e incluso, se ofrece a ponerle en contacto con él, para que puedan saber qué fue del otro. Ella le da una carta para aquel amado y él se la hace llegar. Nuestro protagonista ama desde el altruismo.

Según la teoría de la literatura, el héroe es quien se proyecta hacia lo noble. Hay definiciones de héroe según las cuales el héroe no sólo debe querer, sino poder (ser físicamente fuerte, por ejemplo). Demasiado ético, incluso, para provocar el deseo.

Mucha gente recuerda El banquete, de Platón, como referencia del amor. Las dos mitades. Pero Platón también escribió Fedro, en el que las mitades eran asimétricas: amante y amado. En Fedro también nos explican la diferencia entre la opinión –vinculada a la sensatez-, y el deseo –unido al desenfreno-, que ahora Sócrates incluye en su discurso como parte del alma humana. De algo así habla Sigmund Freud, un deseo anaclítico, dirigido a abastecernos, y uno narcisista, dirigido a satisfacernos. Freud también decía que el enamoramiento es un camino hacia la hipnosis, hacia la falta de voluntad. Hay que desdivinizar el deseo.

En cine clásico, distinguimos entre ley escrita, la ley por la que se rige el pueblo. Y la ley simbólica, esta es, la que satisfará al espectador, la que de verdad es justa. La ley del héroe. Nuestro soñador podría haber actuado según la ley escrita. La ley escrita, por ejemplo, en el Fedro de Platón: destrozar a su amada a fin de hacerse fuerte. Y sin embargo, es honesto con ella desde el principio. Le expone su soledad.

Hoy le hemos dado la vuelta: entendemos a los héroes como líderes. Nuestros héroes son, por ejemplo, quienes triunfan en algún deporte. Quienes más seguidores alojan en las redes sociales. Sin que nos planteemos demasiado si cuentan con esa dimensión ética de la que nos habla la literatura.

 
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