Los límites de la ficción
El escritor hace una reflexión sobre la importancia de hacer saber al lector cuándo acaba lo documentado y cuando empieza lo imaginado en una novela que mezcla ambas cosas
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LAURA CORONADO
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Madrid
Ha causado cierto revuelo en los últimos tiempos el caso de una novela, El tatuador de Auschwitz, que se ha visto señalada como propagadora de graves inexactitudes históricas acerca del conocido campo de exterminio nazi. De frivolidad inaceptable han calificado algunos las licencias que se toma la novelista en su recreación de los hechos terribles que en aquel lugar acontecieron. Como lícitas libertades del autor de ficciones, las han defendido sus editores. El caso plantea los límites a que debe someterse el creador literario cuando, en su relato, convoca acontecimientos y personajes reales para mezclarlos con su legítima invención. "Nada importa violar a la historia si se le hace un buen hijo", bromeaba el autor de Los tres mosqueteros, al que muchos debemos, por otra parte, el conocimiento de personajes históricos como el maquiavélico Cardenal Richelieu. Sin embargo, los malentendidos que a veces producen cierta ficción histórica, que lleva a no pocos lectores a tener por ciertos sucesos imaginarios, invita a algunos, de quienes se atreven a novelar la historia, a establecer alguna cautela. La literatura puede ser una eficaz divulgadora de la memoria del pasado, pero tal vez convenga limitar la fabulación a los personajes que surgen de la inventiva del escritor. Y advertir al lector incauto de dónde acaba lo documentado y donde comienza a maniobrar la imaginación de quien escribe. Nada cuesta evitar malentendidos. Y no está de más evitar ofensas gratuitas a la memoria de quienes sí existieron.
"Advertir al lector incauto de dónde acaba lo documentado y donde comienza a maniobrar la imaginación de quien escribe"
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