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Un mundo en un cerebro

Espido Freire define a Tolstoi como uno de los más geniales escritores de todos los tiempos

Lev Tolstói / Dominio público

Lev Tolstói

Madrid

Guerra y paz describe un mundo que contiene muchos mundos; Ana Karenina, una relación que engloba lo bueno, lo malo, lo posible y lo imaginado. Con su deslumbrante descripción de ricos y mendigos, de mentalidades diferentes y de hipocresías organizadas en capas freáticas en torno a mesas de té, solo reflejan una parte de la experiencia de su autor, el indescifrable Liev Nikoláievich Tolstói. Tolstoi no solo observaba, como hacían todos los realistas: pensaba, ampliaba la realidad hasta la utopía, y se empeñaba en llevarla de nuevo a la realidad. Sin embargo, gran parte de los hechos más desconcertantes y más llamativos de su vida tuvieron lugar cuando ya había renunciado a escribir, y forman parte de su leyenda, no de su literatura. En algunos de sus personajes (esos nobles que regresan a la tierra, como Proteos que se alimentaran de ella, esa búsqueda de la esencia rusa entre las influencias afrancesadas) se adivina ya ese anhelo: pero cuando se casó en 1860, o más tarde, cuando el propio zar Nicolás II leía sus novelas en 1890, no podía preverse que Tolstói se alejaría por completo de sus orígenes para convertirse en un gurú, una figura casi santa.

"Tolstoi no solo observaba: pensaba, ampliaba la realidad hasta la utopía"

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El joven Tolstói fue un noble (era conde) huérfano desde niño, con la adolescencia típica de un aristócrata malcriado: excesos, malos resultados en los estudios, borracheras, viajes, y el paso iniciático por el ejército. Destacó en la guerra de Crimea, que le legó una visión contradictoria sobre la violencia. Fascinado por ella durante algunos años, derivó hacia un pacifismo militante, y reconoció, como tantos otros, el valor de los siervos y de los campesinos rusos, con los que apenas tenía el idioma en común, y a quienes los señoritos observaban desde tanta distancia que ni siquiera los consideraban humanos. Sin embargo, su transformación fue compartida en aquellos años por muchos otros oficiales; la guerra les acercó a la Rusia rural, en la que apreciaron unos valores que dieron origen a un distanciamiento cada vez mayor de su clase.

Tolstói pasó del francés aristócrata al ruso local, y de ahí al esperanto, cuando la hermandad con su pueblo no le resultó bastante, e intentó abrazar a toda la humanidad. En ese proceso perdió a su familia: la joven Sofía, su esposa y secretaria, su descanso y su tortura, se desesperaba ante su negativa a usar cualquier método anticonceptivo que le ahorrara pasar por los 13 embarazos que vivió, de los cuales solo ocho dieron como resultado hijos vivos. Ella se encargaba de los niños, de los aspectos prácticos, de su correspondencia y de la documentación de su vida (fue una consumada fotógrafa) mientras Tolstói, que amaba a todos, no se ocupaba de los suyos. Cada vez más cercano a valores anarquistas, quiso donar todas sus tierras y propiedades a los pobres, algo que hubiera dejado en el desamparo a sus propios hijos. En los últimos años de su vida se volvió vegetariano y naturista, criticó todo poder político y religioso, y se asemejaba más a un eremita que a un intelectual. Y sin embargo, todo esto, por excesivo y apabullante que resulte, se encuentra insinuado en su obra: nada parece extraño en quien podía imaginar, describir y comprender las vidas y las vacilaciones de personajes como Kitty, como Iván Ilitch o como cualquier de las voces de los campesino de Guerra y Paz. No sorprende que trabajara como zapatero en su propia finca, Yasnaia Poliana, pero tampoco que se encontrara fascinado por el sexo, y que calificara su propio éxito literario internacional como una especie de pecado de vanidad.

Estamos acostumbrados a comprender la obra de un autor cuando sabemos más de su vida: Tolstói, uno de los más geniales escritores de todos los tiempos, nos obliga a otro esfuerzo. Es su obra la que nos explica extrañas áreas de su existencia, la que, si sabemos leer, nos habla de una mente colosal a la que nada, ninguna experiencia, ni ideología, ni grupo humano podía satisfacer durante demasiado tiempo.

 
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