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Tan alta vida espero

Espido Freire define a Teresa de Jesús como una poeta extraordinaria y una pensadora de una enorme originalidad

Velázquez

Madrid

Dan por muerta a Teresa: desde hace tres días, el 15 de agosto de 1539, día de Nuestra Señora, la enfermedad que ya arrastraba se convirtió en un ataque que la dejó sin movimiento ni sentido. Las monjas con las que vivía han perdido la esperanza. Amortajada, con los ojos ya sellados con cera, la velan ante la desesperación de su padre, Don Alonso de Cepeda, que no se resigna a que su hija predilecta, veinticuatro años tan solo, muera así, sin casar, sin hijos, con la salud estragada por una vida de privaciones y una búsqueda de algo que ni él ni nadie pueden ofrecerle. Pero al tercer día (o eso dicen: no hay que despreciar el peso simbólico de las fechas, ni de los números, en la vida de Teresa), la joven abre los ojos, vuelve a la vida. El milagro ha ocurrido, aunque durante los siguiente meses vivirá en condiciones lamentables, paralizada, hasta que poco a poco, un dedo tras otro, recupere la movilidad, la palabra y el sentido de la realidad. Durante los siguientes dos años, hasta la muerte de ese padre que se negó a enterrar a la hija, su mundo se reducirá al convento de la Encarnación, a las oraciones y las lecturas con las que le acompañan sus hermanas, y a vencer el miedo a la muerte, al pecado y a la íntima certeza de estarse desviando de su camino.

Teresa de Jesús

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Teresa no murió aquella vez, pero durante dos décadas intentará recuperarse de aquella enorme impresión. Entonces, ya convertida en una mujer madura, abandonará de nuevo lo conocido para dedicarse a reformar la orden a la que pertenece y para escribir sobre ello: confesiones, cartas, diarios, y la obra que destinaba a las religiosas para animarlas y consolarlas. Escribirá poemitas para alejar piojos, y canciones con las que entretenerse en los trayectos entre Fundación y Fundación, y algunos de los cantos místicos más hermosos de la lengua castellana, declaraciones inyectadas de amor y del deseo de desaparecer en el Amado. Anhelará con todas sus fuerzas esa muerte una vez temida para que la lleve con Él. Cuando era una niña, antes de que le dominara el gusto por la ropa, y la bisutería y el maquillaje del que habla en sus Memorias, y que la convierten en una adolescente típica y que inspira tanta ternura, Teresa fue una ferviente devoradora de novelas de caballería. Faltaba un siglo para que Cervantes se burlara de todos ellos, los lectores enganchados a las andanzas de héroes y de princesas, los que luchaban contra ogros y buscaban castillos invisibles. Sin embargo, parte de las bellísimas imágenes de Teresa en su Vida, o en las Moradas, o en sus poemas, se originaron entonces, en las lecturas en la huerta de los caballeros casi perfectos que aspiraban a serlo del todo. Hay diamantes y haces de luz, caminos entre bosques y castillos en los que vive el Amor, hay un latido común que nace de un corazón único. Como muchas adolescentes de todas las épocas, Teresa imaginó el amor antes de experimentarlo: en los poemas y en los cuentos, en las novelas que su propia madre adoraba, y en los romances de ciego. Apasionada, inteligente, con un talento avasallador, no renunció en sus textos a las influencias anteriores. Para explicar qué sentía a quienes le rodeaban, debía hablar su mismo idioma, y al mismo tiempo ser muy clara respecto a qué experimentaba. Ella fue la primera juez que cuestionó con gran rigor qué parte de lo que percibía era real y qué una ilusión. Fue la primera en plasmar por escrito un mundo interior, una crónica personal que le sirviera de ayuda y referencia. Fue una poeta extraordinaria y una pensadora de una enorme originalidad. Aspiró a que lo que ella vivió se convirtiera en una experiencia dichosa para muchos, y reveladora para quienes la leyeran. Tras varias vidas y varias muertes, Teresa de Jesús alcanzó la inmortalidad.

 
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