La del pirata cojo
Cuando el presidente del Gobierno se hizo carne y prometió que serán los bancos y no los clientes quienes asuman los impuestos de las hipotecas, se produjo un momento de alivio
Madrid
No logramos los humanos de a pie recuperarnos con naturalidad de la impresión que nos ha causado que todo un Tribunal Supremo, elevado a los altares en el artículo 123 de la Constitución, ni más ni menos, cometiera, despropósito tras despropósito, otro disparate aún mayor, y además con las vergüenzas de la división abiertas en canal ante nuestros ojos estupefactos. Así que cuando el presidente del Gobierno se hizo carne y prometió que serán los bancos y no los clientes quienes asuman los impuestos de las hipotecas, se produjo un momento de alivio al comprobar que alguien, además con acierto, ponía punto final, y definitivo, a esta escalada de desatinos.
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Dicen que los bancos subirán ahora otros conceptos para volver a cargar esos dineros en las espaldas de los clientes. Seguramente será verdad, acostumbrados como estamos a que esa banca a la que tanto queremos y a la que tantos y tantos millones hemos regalado, sueldos escandalosos de sus presidentes incluidos, nos hagan una vez más la del pirata cojo, con pata de palo y parche en el ojo. ¿Alguien podría vigilar para que no se produjera la fullería? Y dígannos desde este Supremo, si la hemos liado así con algo tan garbancero como los actos jurídicos documentados de la hipoteca, ¿serán capaces esos señores magistrados de distinguir entre conceptos más alambicados, tal que rebelión y sedición?