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Ser multimillonario no asegura que te libres de hacer algún ridículo

Tal día como hoy, el multimillonario Howard Hughes presentó uno de los inventos más surrealistas de historia

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Que el dinero no da la felicidad es algo bastante discutible. Pero lo que sin duda es cierto es que a todos nos alegra ver casos en los que ese “ranciofact” se ha hecho realidad.

Para los que nos alegramos viendo cómo los ricos son tan infelices como nosotros, pocos ejemplos son más satisfactorios que el de Howard Hughes. Porque él no sólo se hizo millonario, sino que además lo hizo haciendo un poco lo que daba la real gana. Primero amasó una fortuna como productor de Hollywood, mientras no dejaba pasar ocasión de seducir a bellezas como Rita Hayworth, Ava Gardner o Katharine Hepburn.

Como también le gustaba mucho el mundo de la aviación, se dedicó a pilotar y a establecer récords mundiales de velocidad. Al conseguir el de dar la vuelta al mundo en menos tiempo, cumplió con uno de los sueños de cualquier yanqui que se precie: fue recibido en Nueva York con un desfile de esos con descapotable y la gente tirando confeti a tu paso.

Pero también fue la aviación lo que mostró que el dinero, más que una ayuda, se estaba convirtiendo en la fuente de la locura de Hughes. Se metió en la construcción de aviones, e inicialmente le fue bien, pero el 2 de noviembre de 1947 fue cuando el mundo empezó a sospechar que no todo iba bien en la cabeza de Howard. Ese día presentó el resultado de un proyecto que le había costado más de 23 millones de dólares: el barco volante de Hughes.

El mundo vio atónito cómo el magnate presentaba un barco hecho en su mayor parte de madera y más ancho que un campo de fútbol. El hecho de que este enorme avión, pilotado por el propio Hughes, llegase a volar sólo un par de kilómetros tampoco ayudó a convencer a los escépticos.

De hecho, esta nave nunca volvió a volar. Pero Hughes, cada vez más loco, estaba convencido que el mundo pronto vería su error y le pedirían centenares de barcos voladores. De hecho, mientras él se fue volviendo cada vez más huraño en un hotel de Las Vegas, pagaba un millón de dólares al año para que su gran invento estuviera en perfectas condiciones.

Moraleja de todo esto: mejor no os hagáis ricos, que luego os gastáis el dinero en tonterías.

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