El mundo según Fellini
Recordamos al maestro italiano cuando se cumplen 25 años de su fallecimiento.
Madrid
Si hay un director que pueda ostentar el título de gran director del cine italiano, con mayúscula, ése es Federico Fellini, un realizador que película a película se fue forjando un universo propio, en el que mezclaba el cine con su personalidad. En sus películas volcaba sus sueños, recuerdos y obsesiones, como el sexo o las críticas a la Iglesia y su oscurantismo. Renunciaba a menudo a la narración cinematográfica tradicional porque para él el cine tenía mucho más que ver con la pintura que con la literatura. Al lado de películas más argumentales como “Amarcord” (1973), en la que rememoraba su infancia, apostaba otras veces por un simbolismo más difícil de entender, como en “Y la nave va...” (1983).
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En el universo «felliniano» lo exagerado y lo deforme ocupaban un lugar de honor. Muchos de sus personajes eran enanos o mujeres de pechos descomunales, como la estanquera de “Amarcord”. Tenía una inmensa colección con fotos de rostros peculiares y, cuando iba a empezar una película, las repasaba para encontrar a sus actores. Daba igual que no supieran recitar porque después doblaba la película. Y para que movieran los labios durante el rodaje les hacía contar números.
El rey Fellini necesitaba un país de cine en donde reinar, y lo halló en los estudios de Cinecittà. Allí su desbordante imaginación encontró todo lo necesario para trasladar sus ideas a la pantalla. Recreó los canales de Venecia para “Casanova” (1976); la Via Veneto romana en “La dolce vita” (1959), que, según decía, le gustaba más que la real; la Roma antigua en “El satyricon” (1970), o el famoso barco de “Y la nave va…” (1983).
Fellini nació en Rimini en 1920 y con dieciocho años se trasladó a Roma. Trabajó como caricaturista, escribió guiones para la radio y entró en el cine como colaborador y guionista de Rossellini que fue quien despertó en él su vocación de cineasta. En 1951 dirigió su primera película, “El jeque blanco”, y su consagración internacional llegó en 1954 con “La strada”. Después vendrían “Las noches de Cabiria”, “La dolce vita”, “Ocho y medio”, “Amarcord”… Ganó cuatro Oscar a la mejor película extranjera y uno honorífico por toda su trayectoria en 1993. En cuarenta años de carrera dirigió 23 películas. La última de ellas “La voz de la luna”, estrenada en 1990.
Según recuerdan algunos de sus colaboradores, en el set de rodaje era muy tierno y muy tiránico al mismo tiempo. Seducía a los actores interpretando él mismo cada uno de los papeles en los ensayos. Y la mejor imagen de él como director quizá sea precisamente el final de “Ocho y medio”: Marcello Mastroianni, con un megáfono en una mano y un látigo en la otra, ordenando el mundo de personajes, de recuerdos y de ensueños que había creado a su alrededor.
Cuando Fellini llamaba a Mastroianni éste ni siquiera le preguntaba en qué consistía su papel. La actriz preferida del realizador fue su propia mujer, Giulietta Masina, a la que dirigió en cinco películas. Se conocieron en la radio y estuvieron casados durante cincuenta años. La relación entre los dos, fuera y dentro de los rodajes, no siempre fue fácil. Cuentan que, por ejemplo, fueron muy violentas sus desavenencias durante el rodaje de “Las noches de Cabiria” (1957). En otra ocasión, cuando “Almas sin conciencia” (1955) se presentó en el Festival de Venecia, corrió por todo el Lido el rumor de que Giulietta se había fugado con otro hombre. A pesar de todos esos vaivenes permanecieron siempre juntos. Después de que Federico Fellini muriera, el 31 de octubre de 1993, la vida de Giulietta se fue apagando lentamente. Falleció de cáncer cinco meses después.
Antonio Martínez
Lleva más de 30 años en la SER hablando de cine y de música. Primero en 'El cine de Lo que yo te diga',...