Aznar disfrutó, pero fue de vergüenza ajena
Josep Ramoneda reflexiona sobre la comparecencia de Aznar, el diario de cárcel de Joaquim Forn y el sentido psicoanalítico de dos actos políticos recientes
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Aznar disfrutó, pero fue de vergüenza ajena
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Barcelona
Y lo pasó en grande. Aznar volvió al Congreso para responder ante la comisión sobre la corrupción del PP. Repartió contra todos, con mención especial para los golpistas catalanes y el peligro para la democracia llamado Pablo Iglesias. Negó todo: desde la existencia de la caja oculta y opaca del PP hasta que conociera al inefable Correa, a pesar de que fue padrino de boda de su hija. Y por supuesto no asumió una sola responsabilidad sobre lo que pasó en el PP los catorce años en que lo dirigió. De su comparecencia se deducen dos cosas: se confirma una vez más que en un partido tan jerárquico como el PP, sus jefes máximos nunca se sienten responsables de nada de lo que ocurre en su casa, llámense Aznar o Rajoy. Segunda, que las Comisiones parlamentarias sobre casos de corrupción pueden tener éxito como show mediático, pero no sirven de nada desde el punto de vista de esclarecer hechos. Aznar disfrutó, pero fue de vergüenza ajena.
El exconseller y ahora preso, Joaquim Forn, publica su diario de cárcel. Leo un apunte del 22 de enero. “Algunos errores que hemos cometido en el pasado se habrían podido evitar si todos hubiésemos hablado claro, si nos hubiésemos explicado las cosas tal como son evitando creernos (o hacerlo ver ante los otros) cosas absolutamente fuera de la realidad”. A buenas horas mangas verdes dirán algunos. Pero no deja de ser una precisa definición de una aventura que entró en una dinámica en que las palabras arrasaron con el sentido de las cosas hasta el choque final.
Conversando en Radio Barcelona con la periodista Lola García, me reafirmo en que sin acudir a Freud hay acontecimientos políticos que no se comprenden del todo. Es el caso de dos hechos estelares en el proceso catalán: la conversión de Artur Mas al independentismo en 2012 que le llevó, en tres años, de una mayoría absoluta a la salida de la política por el chantaje de la CUP; y la decisión unilateral de Felipe VI, el famoso 3 de octubre, de arengar a los españoles sin encomendarse a Rajoy. Ambos casos solo se explican desde la necesidad de los protagonistas de matar simbólicamente a los respectivos padres: Jordi Pujol y el Rey Juan Carlos.