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Aretha Franklin

Por qué Aretha Franklin es la cantante más grande de todos los tiempos

La cantante de Memphis afronta el final de su viaje, un viaje repleto de hitos, canciones y emociones que han consagrado a Aretha Franklin como uno de los referentes culturales del siglo XX

Aretha Franklin durante una actuación en 2017 / GETTY IMAGES

Aretha Franklin durante una actuación en 2017

Madrid

Cuando Aretha Franklin grabó su primer disco en 1956, el rock and roll estaba naciendo. Cuando los Beatles invadieron América, la niña ya era toda una veterana y cuando la banda de Liverpool se disolvió a ella todavía le quedaba medio siglo de carrera sobre los escenarios. Estos días se repetirán sus hitos como un mantra. Sus 18 premios Grammy, sus más de 70 millones de discos vendidos, la extensión de su discografía. Pero Aretha es mucho más que cifras y anécdotas. Su importancia en la cultura popular estadounidense y en la música va más allá de los datos y se eleva hasta una cima que muy pocos artistas han soñado.

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El legado de la hija del reverendo Franklin son sus canciones. Su forma de interpretarlas con una pasión que duele, que penetra hasta lo más hondo dejando un eco que permanece cuando el disco termina de girar. Nadie cantó al amor como Aretha en I never love a man the way I love you, un manual de interpretación que han seguido generaciones de vocalistas sin alcanzar sus cotas de perfección.

Aretha puso sentimiento y se dejó el alma en sus canciones, pero fue ante todo una mujer valiente que rompió moldes. Dejó la música religiosa para buscar un público más amplio inspirada por Sam Cooke y en ese viaje se comió el mundo. Abrazó el soul en su punto culmen y lo llevó a una nueva dimensión dejando en la música su mensaje. Y su mensaje fue de protesta. En plena ola por la lucha de los derechos civiles de los afroamericanos, Franklin añadió su granito de arena. Su compromiso no fue mayor que el de Billie Holiday, Mavis Staples o Nina Simone, pero su mayor éxito potenció el mensaje.

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Franklin ambién supo abrazar el feminismo de la época. Habiendo sido maltratada por su marido, Aretha cogió el Respect de Otis Redding y eliminó el machismo de aquella letra para convertirlo en una oda a la liberación de la mujer y en una de las canciones más reconocibles de todos los tiempos. No fue lo único. Sabiéndose una estrella, la cantante exigió cobrar como tal y no aceptaba recibir menos que los hombres si consideraba que eran menos importantes que ella.

Con canciones tan poderosas e interpretaciones tan magnéticas, el gran mérito de Aretha fue trascender al público afroamericano convirtiéndose en una estrella global en todo América y al hacerlo consiguió alcanzar la atemporalidad. Ya daba igual lo que hiciese y comenzó a darse caprichos como volver a los orígenes editando Amazing Grace, uno de los discos de gospel más vendidos de todos los tiempos. Un disco capaz de hacer creer en Dios al más convencido de los ateos.

Habiendo hecho de todo, habiendo alcanzado la más alta de las montañas, Aretha nunca paró, siguió cantando, grabando, subiéndose a escenario. Cantó para presidentes y para héroes, cantó contra el sida y la pobreza, la que sacudió ese Detroit que nunca abandonó aunque ya nadie quisiese habitarlo. Tras sesenta años sobre las tablas, Aretha dijo basta. Lo había cantado todo y había cantado para todos. Nos había enseñado a amar, a luchar, a rezar, a defender la igualdad y a ayudar a los débiles. Lo había hecho todo. Puede que más que nadie. En 1987, un Keith Richards totalmente colocado le abrió las puertas de Rock and Roll Hall of Fame. La hija del reverendo Franklin, la niña prodigio de la canción estadounidense, rompió el techo de cristal del rock convirtiéndose en la primera mujer en ingresar en el Salón de la Fama. Fue un hito más, quizá el más relevante en una carrera histórica, el apasionante viaje de la cantante más importante de todos los tiempos.

 
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