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Ocio y cultura

Deseos sexuales ajenos

Por si acaso se le acaba el guion, la Tana busca inspiración en su patio de vecinos…

Getty Images

Madrid

Los calores obligaban a dormir desnudos sobre las sábanas, con todo abierto. Mi insomnio me llevaba a pasar horas mirando por la ventana de la cocina cómo eran los que vivían en mi mismo edificio. Los del tercero dormían sobre la cama. Aquella pareja me fascinaba. Ella con un camisón que se le retorcía por la postura a la altura de la cintura, dejándola en bragas, dándole la espalda a él, en calzoncillos girado sobre ella. Los dos del mismo lado, él con la mano sobre el muslo de ella. Quemaba el té que me estaba tomando y quemaba mi entrepierna solo de verlos.

Desde mi torre de vigilancia controlaba todo el patio de vecinos. Gustaba de curiosear cual vieja del visillo, imaginando las historias que podían protagonizar mis acompañantes de edificio. Y los del tercero me provocaban. Otra noche que regresé a las mil con uno enganchado a la gomilla de mi braga, vi unas medias colgadas en su cuarto de baño. A pesar del calor, parecía que la mujer las usaba con frecuencia. Dos veces en semana las vería inertes en una cuerda improvisada sobre la bañera. Eran unas medias tipo liga, negras, cuyos piececillos vacíos bailaban estrangulados. La incursión por mi entrepierna estaba siendo todo un éxito. El de la gomilla conquistaba terrritorios mientras me mordisqueaba la nuca. La ventana abierta de par en par invitaba a apoyarse en el quicio de la mancebía a dejarse hacer. Así, por detrás, levantándome la falda, empujando mientras imagino por qué en mitad del verano, alguien puede usar unas medias de liga.

Entonces se me ocurrió. Corrí al cuarto y regresé con unas medias iguales que las del apartamento de enfrente, calzando unos taconazos de esos que no pisan asfalto. Mi acompañante celebró la propuesta mordisqueándose el labio inferior. Que es como celebramos que vayamos a poner una pica en Flandes. Volví a la ventana, a darle la espalda. A brindarme por detrás para que me celebrara con todo el arte. Seguimos el vaivén de nuestros cuerpos golpeando contra la ventana, disfrutando del paisaje íntimo de mis vecinos, con aquellas medias invitándome a imaginar sexualidades ajenas. Me puse a cien escuchando en el patio el eco de mis jadeos.

Pergeñé deseos sexuales ajenos inventándome mi propia follada.

Ojalá tener toda la vida tan buenos vecinos...

 
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