El cisne negro
Un año después de su elección, Emmanuel Macron pretende mantener su aliento reformista frente a unas resistencias cada vez más importantes en Francia y en Europa
Madrid
Hace un año, Emmanuel Macron era un flamante coche de carreras político: reformista, transversal y europeísta. Multiplicados por tres los 100 días que los politólogos otorgan de margen a los presidentes franceses para sacar adelante sus iniciativas, el "efecto Macron" sigue surfeando en una aguas cada vez más enfangadas que le impiden presentar un balance a la altura de sus promesas.
En Francia, las reformas económicas han identificado a Macron como el presidente de los ricos. Una etiqueta que le va a acompañar hasta las próximas presidenciales. Ahora, casi seis de cada diez franceses no quieren que vuelva a presentarse.
El europeísmo con el que derrotó a Le Pen se ve frenado por los cálculos políticos de una Merkel en decadencia. Este fin de semana, la canciller ha saludado el aliento europeísta de Macron, pero al mismo tiempo le ha recordado las diferencias entre ambos países: tanto en la construcción de la zona euro como en la renovación de las instituciones comunitarias. Y por supuesto en las relaciones con Trump.
Macron tampoco ha conseguido todavía exportar su modelo de partido transversal a otros estados miembros y su intento de listas transnacionales al Parlamento Europeo ha sido atajado sin miramientos por el Partido Popular, que pretende seguir siendo hegemónico con una socialdemocracia en un declive al que el propio Macron ha contribuido.