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Wes Anderson y su fábula política contra Trump

'Isla de Perros' es la película más política del director que vuelve a la animación con esta cinta protagonizada por perros y ambientada en un Japón retro futurista

La Script: Wes Anderson y su fábula política contra Trump (20/04/2018)

La Script: Wes Anderson y su fábula política contra Trump (20/04/2018)

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Málaga

Hay algo en el cine de Wes Anderson que siempre le ha acercado a la animación, ya sean sus decorados perfectamente controlados y llenos de referencias, sus personajes comportándose como niños, o el manejo del color, como emblema de su cine, algo que le acerca al estilo de Almodóvar, como reconocía el director en su visita a Madrid hace un mes.

Por eso no es de extrañar que haya hecho dos películas en stop motion. La primera fue Fantastic Mr Fox, una historia con una mirada más infantil, basada en una novela de Roald Dahl. Ahora, justo después del poderío pictórico de El Gran Hotel Budapest, vuelve a la animación en Isla de Perros, pero lo hace con una mirada mucho más sombría.

Escrita con sus guionistas habituales, Roman Coppola y Jason Schwatzman, Isla de perros es una fábula política ambientada en un Japón retro futurista, con un tirano en el poder que decide expulsar a una isla a todos los perros sospechosos de crear enfermedades. Pero un niño, el sobrino del dictador, decide ir en busca de su mascota. Hay todo un retrato de las miserias humanas visto a través de estos perros, clases sociales, los canes con pedriguí y los perros callejeros, los ligoteos, la relación con los amos, con los gatos, con los humanos.

Wes Anderson otorga un valor extra al uso de la voz, los idiomas y los acentos. Los humanos hablan en japonés y los perros en inglés, con distintos acentos, de ahí que la manera de entenderse o de traducirse entre especies añada un plus en ese retrato de la convivencia. En esa expulsión de toda una comunidad no puede estar más de actualidad, podemos mirar a Siria, Lampedusa, al ascenso de la ultaderecha, a gobernantes excéntricos como Trump. Es, por tanto, la película más política de este director que del que siempre se ha destacado más la estética y el humor que la reflexión.

Ahora, reconoce que el contexto actual le ha influido: ”Queríamos hablar de un gobierno criminal y para buscar inspiración buceamos en la Historia, pero el mundo cambiaba a medida que escribíamos y la película se fue haciendo cada vez más política”. Sin embargo, ni pierde ni la ternura, ni el humor irónico, ni la brillantez estilística que aquí se vuelca en una intertetualiad con el cine de Kurosawa y Miyazaki, con el teatro y la cultura japoneses los tambores taiko en la imponente banda sonora de Alexandre Desplat y hasta con El principito de Saint Exupery, en la figura de ese niño piloto buscando a su perro.

Bryan Cranston, Greta Gerwig, Bill Murray, Scarlett Johanson ponen las voces de los perros en una película con 130.000 fotogramas, 1000 marionetas y que le ha costado meses y meses de producción para evitar que la animación se alejara de su estética tan personal. El stop motion se combina con la animación en 2D y alcanza un realismo apabullante, sobre todo en las texturas del pelo, pieles y pezuñas de los protagonistas.

 
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