No necesito ser la mujer de tu vida para acabar en tu cama
La Tana dice que sin seducción no hay manera y establece cómo alcanzar las camas ajenas.

Getty Images

Madrid
Me quedé encandilada con él en cuanto que lo vi. Yo detrás de aquella barra de bar; él colgado del balcón del escote de una que no dejaba de ser más que la perfecta desconocida. Esa que jamás me gustará que sea nada más. Nos gustamos sin más. Sin querer tampoco menos. Fue la primera vez que nos pusimos cara, que supimos quiénes éramos, que nos incluimos en la lista de posibles sin darle más pábulo que tentar a la suerte cuando llegara
El paso del tiempo suma el número de conquistas en nuestro haber, dejando que solo destaquen los mejores. Al resto los eliminamos, llegando a olvidar hasta su nombre. Polvos que surgieron cuando menos te esperabas, personas con las que no dormimos para no amanecer a su lado. Mis orgasmos no pasan por que mi amante tenga una verga de oro o unas tetas de escándalo. Lo cual no quiere decir que estas dos posibilidades no me vuelvan loca… Mis placeres necesitan seducción, alimento de todas mis ganas. Le doy valor al tono de la voz, a las propuestas a deshoras, a las locuras que se pretenden compartir, a la capacidad para convencerme de que necesito probar esa verga o perderme en esas tetas. A mí, que cinco mensajes de teléfono ya me ponen cachonda, seducirme implica irremediablemente sorprenderme. Un todo determinado de voz y palabras acordes a todas esas ganas. Solo triunfa quien caza con elegancia, sentido del humor y sobre todo sinceridad. Que nadie se crea que necesito ser la mujer de su vida para que termine en su cama, pero que nadie apueste por que vaya a dejar desnudarme sin poner mis propias normas. Me descoloca más que me admiren a que me deseen. Me convence siempre la inteligencia y me repele la vulgaridad.
Pasaron años hasta que aquel tipo que había ido a conocerme a la barra de un bar fuera mi amante. La noche que explotamos el mérito recayó en el poder de seducción. Ganó decirme que me deseaba y por invitarme a probar suerte solo un fin de semana. Gané reconociéndole que ojalá montarlo a horcajadas.
Sumamos ambos cuando decidimos probar qué pasaba.
Nunca me quedo con las ganas. Y mucho menos con la duda. Arriesgarse es también tentar a la suerte. Y esa artillería es la única que me seduce.sexo