La rareza moral
En plenas revelaciones sobre la Gurtel, el ministro de Hacienda pide que las cuestiones "morales" no impidan a los demás apoyar al PP
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El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro / Javier Lizon (EFE)
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Madrid
No hay semana sin rarezas. Es verdad que esta semana ha parecido tenerlas todas: el juez que quiere detener a Puigdemont le dejó ir por Copenhague aunque el president del Parlament tuvo que ir a verle a Bruselas, de donde no aclara si volverá mientras la policía le busca entre maleteros y Rajoy recurre pese a la afrenta del Consejo de Estado. Faltaba la avería del Ave a Castellón y que al presidente le entrevistaran en la radio. Fue en Onda Cero: "Mejor no meterse en eso", contestó sobre la brecha salarial entre mujeres y hombres con una respuesta que le hubiera valido para cualquier otra cosa. Más que ninguna, para la corrupción, ahora que ya casi no se acuerda de Francisco Camps. "No sé si milita o no milita en el PP".
La mayor rareza, a estas alturas, no está en que 'El Bigotes', Crespo y Correa describan cómo funcionaba el PP de Valencia, ni siquiera, por impacto que produzca escucharle, que Ricardo Costa lo asuma y exhiba arrepentimiento. La mayor rareza está en que, en medio del lodazal, el ministro de Hacienda pida a Ciudadanos que le apruebe los presupuestos y no se distraigan con la moral: "No deberíamos establecer condiciones que pueden ser moralmente más o menos importantes pero que se quedan pequeñas en comparación con la garantía de la estabilidad política de nuestro país". Traducido, que no es el momento de pedir que dimita la senadora Barreiro, imputada en Púnica, ni de poner su renuncia como condición.
Le faltaba al debate político español que sus dirigentes se metieran en el terreno de la ética y la moral, pero ahí está Montoro, tratando de actualizar a Maquiavelo. Primero la estabilidad, que en su lenguaje son los presupuestos. La caja. Luego, los escándalos. No es nuevo que discutan de lo moral –fue Pujalte quien, de manera más reciente, trató de aleccionar sobre las diferencias entre lo legal y lo moral–, pero resulta una rareza. Sobre todo cuando la discusión no aparece sólo en el Congreso de los Diputados, que es adonde la llevó Montoro, sino que se extienda a las Cortes Valencianas. Aún con el calambre por la declaración judicial de Ricardo Costa –"sí, el PP se financió con dinero negro"–, la portavoz del PP en la Cámara valenciana advirtió de que nadie puede juzgar sobre la dignidad de los demás.
"¿Quién soy yo para decidir sobre la dignidad y la honorabilidad de nadie?", se preguntó María José Catalá cuando la mayoría parlamentaria propuso apartar a Francisco Camps del Consell Jurídic Consultiu, de donde sigue cobrando dinero público. Tiene algo de lógica que, al final de la charca de escándalos y corruptelas, acabáramos aquí, preguntándonos por la dignidad y el molt honorable, que fue la primera distinción que, en Cataluña, retiraron a Jordi Pujol en cuanto se supo de su dinero escondido y todo lo demás. El honor y la ética. Lo que eleva el debate de las cuestiones políticas hasta las condiciones humanas y sus debilidades. Y entonces, la corrupción no sería ya cosa de un partido político, sino de quien se desvía. La corrupción es un fenómeno, han dicho otras veces en el PP igual que los meteorólogos dicen de la lluvia. "Acciones de personas concretas o determinadas", insistió Rajoy en su entrevista. No hay semana sin rareza. Ya verán la que viene.