El último bandolero
Miguel Montes Neiro, con 36 años de prisión a sus espaldas, fue el recluso que más veces desafió a Instituciones Penitenciarias con un arma muy particular, su rebeldía.
Sus más allegados destacan de él su generosidad e inteligencia. Todos coinciden: “No te dejaba indiferente, ganaba mucho en las distancias cortas, tenía madera de líder”.
Se llamaba Miguel Montes Neiro y ha fallecido hace unas semanas en un hospital de Granada a causa de un cáncer de pulmón. Llevaba varios días ingresado en estado grave. Montes nació en el granadino barrio del Albaicín en 1950. Su afición a meterse en líos le llegó a una edad muy temprana y, aunque vivió más de 30 años entre rejas, fue un enamorado de la vida. A los 12 años ingresó en un reformatorio por clavar una flecha en el ojo a un niño de su barrio y a los 26 inauguró una carrera delictiva que le llevó a pasar más de treinta años en la cárcel: “Siendo legionario en Ceuta me acusaron del robo de un subfusil aunque yo era inocente. Mis superiores estuvieron cinco días dándome bofetadas, pegándome. El que más me golpeó luego me pidió disculpas pero no supe perdonarle. Yo no había hecho nada así que le pegué”, solía explicar.
Corría el año 1976 y aquel episodio fue el inicio de su periplo por varios centros penitenciarios. A partir de ahí, acumuló hasta 30 condenas por robo con violencia, falsificación de documentos, tenencia de armas, tráfico de drogas o allanamiento de morada. Su historial delictivo fue extenso pero no cometió ningún delito de sangre.
Miguel también era un experto en fugarse de la cárcel, lo consiguió hasta en 19 ocasiones. En 2009, por ejemplo, consiguió un permiso especial para acudir al velatorio de su madre, recién fallecida. Una vez allí pidió permiso para ir al cuarto de baño y aprovechó la ocasión para escaparse por una ventana. En otra ocasión se fugó para presenciar el nacimiento de una de sus hijas. “Me he fugado 19 veces porque tengo un puñao de personas a las que amo con locura, ¿Cómo me iba a quedar allí dentro? Si no hubiese tenido familia, las cosas hubieran sido distintas”, solía decir con orgullo.
Montes conoció, como muchos, la soledad de la cárcel. Para aliviarla no le quedó más que una salida, alojar su tristeza del mejor modo posible, crearse “su mundo interior.” En la celda agotaba las horas leyendo libros de filosofía, en especial a Nietzsche por quien sentía una gran admiración. El ajedrez y la cerámica fueron otras de sus aficiones. Gracias a todo esto su mente nunca estuvo privada de libertad: “Mis pensamientos no estaban en la cárcel, a mí no me ha roto la prisión y ya es difícil después de 36 años”, reconoció en una entrevista que concedió a Canal Sur en 2012.
Toda una vida en prisión
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En A Vivir hemos charlado con dos personas que le conocieron muy bien, los abogados Martín Eliseo Rodríguez Bernal y Félix Ángel Martín García. Rodríguez Bernal fue compañero de celda de Montes de 2007 a 2009 en el Centro Penitenciario de Albolote (Granada) y le llevó la defensa cuando en febrero de 2013 volvió a ser detenido por su vinculación con un robo de joyas valoradas en más de cuatro millones de euros en un centro comercial de Marbella (Málaga). Martín García consiguió su indulto en 2012. Ambos le recuerdan con cariño y con una especial devoción: “Miguel era un hombre muy carismático.” Estos expertos en leyes coinciden en que la cárcel no le hizo mejor persona, al contrario, le causó mucho daño y no le ayudó a reincorporarse a la sociedad: “La reinserción es una quimera”, han explicado.
Montes también lo denunció en muchas ocasiones, lo sabía por experiencia propia: “Es cosa sabida que la cárcel no beneficia, no hace mejor a nadie. La reinserción no existe”, afirmaba con la arrogancia de quien se siente dueño de sus palabras.