¿Nunca máis?
La política y los medios son fenómenos urbanos, y los incendios forestales son dramas rurales y ocurren en la España vacía
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Madrid
Los incendios forestales nunca nos han llegado a perturbar en serio, pues convivimos con esta catástrofe con una resignación colectiva inexplicable. Hasta el momento, cuando los fuegos llegan repetimos rutinariamente como una letanía la denuncia de rigor: la mayoría son intencionados. Y luego recitamos sin orden ni concierto la lista de posibles motivos: quemas agrícolas, obtención de pastos, recalificación de terrenos, modificación de uso del suelo, para obtener madera a bajo precio, por disputas de titularidad de montes, venganzas, vandalismo, etcétera. Luego emboscamos todas las fechorías en el gran marco de las transformaciones de los modelos de vida que ya no permiten cuidar los montes como antaño, lo salpimentamos con una referencia al cambio climático y lo echamos al olvido.
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En la moción de los momentos críticos hablamos de terrorismo ambiental y pedimos que, como contra el terrorismo, se defina una política de Estado coordinada al máximo nivel, con medios adecuados, que se persiga sin cuartel a pirómanos inductores. Pero nunca cuaja porque nuestra atención es intensa pero efímera. Porque ni nos interesamos gran cosa por las operaciones policiales que buscan a los culpables, ni saber nada de los detenidos ni sus razones, ni préstamos atención a los juicios que los condenan, ni se nos quedan sus nombres, ni se nos muestran su rostro. Nadie tiene un alias, siempre son pobres hombres, nunca hay poderosas manos negras detrás. Y es que la política y los medios son fenómenos urbanos, y los incendios forestales son dramas rurales y ocurren en la España vacía, esa que describió magistralmente Sergio del Molino. Solo cuando las llamas se acercan a una urbanización o son visibles desde las calles de una gran ciudad, como ahora en Vigo, nos parecen reales. En cuanto se nos pasa, lo olvidamos. Esta vez dicen que se ha colmado el vaso de la paciencia ciudadana. ¿Será verdad?