Cuarto y mitad del sexo más sucio
No le pregunten a la Tana cuánto le gusta pringarse cuando se mete en la cama. No le pregunten si no quieren que les salpique.
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Getty Images
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Madrid
Nos hemos vuelto tan asépticos que intentamos no pringarnos más allá de lo estrictamente necesario. Que no me salpique el café cuando se me derrama. Que no me manche la camisa comiendo el asado. Que el sexo que pueda tener sea tan limpio e inmaculado que no deje ni rastro.
A mí los amantes me gustan pétreos. Los elijo de carne y hueso. De esos que ensucian, de esos que manchan, de esos que dejan regueros de saliva por toda mi espalda. Aprendí hace mucho a apartarme de los que me cogen con pinzas. Elijo quedarme junto a los que prefirieran hacerme guarradas. Meterme los dedos, lamerme entre las piernas, mezclarme el sudor con los flujos que sean. Rebozarme en su propio delirio, rubricarme a gemidos.
Queremos la casa inmaculada, la cama bien estirada y que las humedades sucedan solo en la ducha no vayamos a ensuciar. Nos dirigimos cada vez más hacia el mundo perfecto de la inmaculada concepción, en el que no tendremos cabida los que queremos pringarnos hasta las cejas.
Vayan haciéndome hueco en el infierno; no me va a quedar otra. Yo lo que quiero es que si te cruzas en mis sábanas traigas contigo cuarto y mitad del sexo más sucio.
¡Y que repartas!