Fóllame enamorada
Esta semana nos da por preguntarnos cuánto influye el amor en nuestra vida sexual. Y la Tana sabe cómo quiere que sea la suya.

Getty Images

Madrid
Me gusta enamorarme más que nada en esta vida. Soy feliz cuando me acompaña quien amo. Y mi grado amatorio es tan extenso y flexible que me permito desde quererte solo un ratito a estar enamorada hasta las trancas.
Imaginen todo eso repleto de sexo.
Cuando era más joven reclamaba los enamoramientos difíciles. Que costaran una barbaridad. Para evitar sufrimientos innecesarios tenía una agenda divina. Rara era la tarde que no había un cine, unas cervezas, un lo que fuera con tal de vernos. Ahí acababa toda la soflama. Mi enamoramiento era lo suficientemente frágil como para ahorrarme sufrimientos. Un diálogo mal llevado, un detalle desafortunado. En algunos casos, incluso una falta de ortografía no corregida… Cualquiera de los patinazos no significaba anular la cita. Simplemente desajustaba la orden de “sexo” en mi cabeza.
La última palabra es la única que cuenta.
Con la edad aprendemos a valorar en su justa proporción cómo queremos que sean nuestros asuntos de cama y metemos entre las sábanas aquello que queremos dentro. Más amor o menos. Más pasión o la justa. Más tensión sexual no resuelta o todas las contestaciones posibles a nuestros calentones. Lo bueno de cumplir años es que ya no te preocupa el qué dirán y menos si el tema de conversación es tu propia cama.
Lo bueno de cumplir años es que ya no te preocupa el qué dirán y menos si el tema de conversación es tu propia cama.
¿O acaso alguien va a atreverse a decirme de quién y cuánto puedo enamorarme?.