Nos falta tiempo, nos faltan cabezas

Volvemos a nuestra cita tal y como nos fuimos: acongojados y abrumados por Cataluña. Porque estamos ante un problema de enorme envergadura, que supera en mucho el mero enfrentamiento entre burocracias o instituciones. ¿A quién le importa el futuro de Puigdemont, los decretos hechos en un oscuro despacho de la Generalitat o los alambicados juegos legalistas del tropel de pulcros abogados del Estado que pastorea la vicepresidenta? El conflicto no se limita a las leyes y ‘contraleyes’ de unos políticos profesionales, con el jaranero añadido de la troupe circense de los y las pimpollos de la CUP.

Lo que de verdad preocupa a este entristecido Ojo es el enfrentamiento ciudadano, millones de catalanes por un lado y otros tantos millones por el otro, divididos o, peor aún, enfrentados, entre un anhelo imposible -tanto da si es espontáneo o inoculado- y un temor paralizante ante el futuro incierto y peligroso. Y lo peor, lo que añade más veneno a esta situación, es que los ánimos se van caldeando según se acerca el 1 de octubre y, termine como termine esta tragicomedia, siempre cabe la chispa que todo lo inflame.

Ya se vio el ardor guerrero de los más fanáticos en la manifestación que siguió al brutal atentado de la Rambla. ¿Aún se puede evitar el desastre total? Quizás con tiempo y cabezas sensatas. Justo lo que no tenemos.