Los cien años de la reina olvidada del blues
La cantante Alberta Adams, la reina del Blues de Detroit, habría cumplido este verano cien años
Madrid
Cuando Alberta Adams comenzó a cantar blues, Adolf Hitler no había llegado todavía al poder en Alemania. Cuando lo dejó, un presidente negro ocupaba el despacho oval de la Casa Blanca. Sus 97 años de vida, se fue en la Navidad de 2014, fueron testigos de casi todo el siglo XX y de la primera década del XXI. Pero la historia y obra de Alberta no han tenido el reconocimiento que su talento merece a pesar de cargar durante décadas con el título de Reina del Blues de Detroit.
El viaje de Alberta Adams, sin embargo, resulta vibrante y único. Comenzó a bailar claqué en los años 30. Se fue de un hogar roto siendo una niña y se abrió camino en el mundo valiéndose de sus talentos y sin mirar atrás. En los años cuarenta firmó por Chess Records, el gran sello de Chicago, y fue corista y acompañante de los nombres más respetados del momento, incluso llegó a grabar algo bajo su nombre. Pero lo suyo eran los directos, los conciertos nocturnos en tugurios de Detroit en los que se ganó su corona. También estuvo alejada de la música un tiempo, al menos de los focos, hasta que en los años noventa, siendo ya abuela, debutó grabando su primer disco bajo su nombre.
En aquellos años finales del siglo XX, Adams fue dando forma a su legado musical. Discos de blues clásico, poderosos y contundentes en los que su voz volaba a gran altura sobre temas escritos por ella misma. Aquellas grabaciones recibieron el aplauso de la crítica, que finalmente reconocieron su talento como artista de grabación. Editó cuatro álbumes en diez años pero nunca dejó de actuar, reclamada en estos años por grandes festivales de EEUU y Canadá. El gran momento del final de su carrera llegó en 2008, cuando decidió hacerse un regalo especial por su 91 cumpleaños: grabar un disco con sus amigas, todas octogenarias y bisabuelas. Alberta entró por última vez al estudio para grabar sus canciones, temas nuevos compuestos, la mayoría, para la ocasión. Detroit is my home fue el resultado, un álbum inmenso lleno de vida, sabiduría y elegancia. Un disco que bien resume el largo viaje de esta mujer que se casó cuatro veces, y que nunca pudo alejarse del todo del blues. Tras aquel maravilloso regalo de cumpleaños, Adams siguió actuando hasta su muerte. En febrero de 2014, cuando sumaba 96 años, participó en un festival tributo que sus amigos habían organizado en su honor. Cantó con la misma pasión y fuerza de siempre, aunque desde una silla de ruedas. Fueron sus últimas noches. En diciembre se despidió para siempre. La mujer a la que Billie Holiday abofeteó por mascar chicle en el camerino o la que acompañó a Duke Ellington y John Lee Hooker sobre las tablas se fue para siempre. Adams dejó una huella profunda en la gente que trató con ella y una colección final de discos brillante, los discos de una bisabuela que se sentía joven, de una mujer dura y valiente que cantó el blues para salir adelante y que lo hizo hasta su final. Sus canciones, crudas, emocionantes y directas, son la huella de una mujer que vivió en un mundo de hombres y que en cierta medida fue ignorada por ello, como tantas otras. Feliz centenario Alberta.