Padrinos y ahijados

Una de las mejores escenas de El Padrino II, una película compuesta de cien mejores escenas, se produce cuando un traidor a la familia Corleone está a punto de declarar en un juicio todo lo que sabe sobre Michael, que no está acusado. En los días previos nada hizo cambiarle de opinión: ni las amenazas de muerte ni las promesas millonarias. Así que el día señalado, el propio Michael asiste al juicio acompañado de un señor mayor que resulta ser el hermano del acusado. No hace ni dice nada, sólo se hace acompañar por él. Y así está todo dicho: el acusado, en el estrado, no sabe de lo que le hablan cuando le hablan de mafia.

El actor que iba a confesar lo hace tan bien que resulta natural. Parece que de repente se ha dado un golpe en la cabeza. No saber nada es un arte. No saber nada y saberlo todo, y haberlo contado todo, no está al alcance de cualquiera. Pero ni eso hizo bien Bárcenas, desbordado por su carácter: entre el silencio al que le obligaba el pacto y la altivez de haberlo sido todo en el partido, se impuso lo segundo. En estos años hemos sabido dos cosas fundamentales. La primera de ellas es que el partido del Gobierno se financiaba con dinero negro, y que ese dinero negro no entraba a cambio de nada sino de favores muy concretos. La segunda cosa que hemos sabido es que probablemente eso no existió y probablemente eso no exista por decreto, pues la fuente principal de la trama ha empezado a callar. Y si nos pareció en su momento un gran escándalo los papeles de Bárcenas, más escándalo sería saber que desaparecieron en medio del penúltimo truco del Gobierno para invisibilizar la corrupción. Se ahorra más esfuerzos diciendo que no existe, que persiguiéndola.