Tribunal del Gusto

Los ciudadanos están empezando a gestionar mejor las redes sociales que los gobernantes; o sea que legislación no es que vaya por detrás de la gente, sino que va delante por un carril equivocado. Producto no sólo de la histeria sino de una voluntad muy precisa: la creación de un clima que te obligue a pensar en el humor que tendrán hoy los censores; dónde ponen hoy la frontera del delito. El pretender configurar un pensamiento colectivo según el cual se puede ser juzgado si esos límites se desbordan por la izquierda, pero no tanto por la derecha. No tanto con amenazas de muerte, amenazas de violación y amenazas de palizas a colectivos minoritarios, amenazas casi diarias que proceden de neonazis, sino a chistes de cómicos como ha ocurrido recientemente con Wyoming o tuits más susceptibles de ser juzgador por un tribunal del Gusto que por uno Penal. Eso es lo que más asusta.

Un tercio del trabajo de la Audiencia Nacional respecto al terrorismo consiste en juzgar tuits: no estamos tan bien para eso, no está la justicia tan aburrida en España como para darle trabajo a la AN con el buscador de Twitter. La Audiencia Nacional no tiene en busca y captura a gilipollas, ni puede darle categoría jurídica a un chico que coge el móvil y escribe una gilipollez con tres copas y convertirlo en cómplice de una banda terrorista. No porque convierta a la propia justicia en chiste, sino por las consecuencias penales que tiene ese chiste: el del juzgado y el del juez.