La casa
Les comunicaron la sentencia del juez por la mañana, y así supieron que habían perdido la casa, la casa que ya no valía nada pero que había sido su hogar, el de su familia, el de su apellido, durante trescientos años
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Historias a media mañana con Espido Freire (11/05/2017) - La casa
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Madrid
Les comunicaron la sentencia del juez por la mañana, y así supieron que habían perdido la casa, la casa que ya no valía nada pero que había sido su hogar, el de su familia, el de su apellido, durante trescientos años. Qué más da, se consolaron, gastaríamos más en arreglos de lo que valía, que se lo quede el Estado, nada que pueda comprarse o venderse tiene auténtica importancia, se dijeron.
Y así, la casa se quedó allí con sus corrientes de aire, con aquella puerta que rozaba contra el suelo que se estremecía de dentera, con el vaso de cristal y la flor desmayada para siempre en la ventana. Con los visillos que asomarían por la ventana rota y que asustarían a los niños que acudirían a arrojar piedras y a inventar leyendas. Se quedó con la ropa de luto en los altillos, y con dos sábanas buenas que se picarían de carcoma, y con el fantasma de la niña que murió de difteria y que nunca quiso irse y que se preguntaba, extrañada, por qué ya nadie pasaba por la casa, y qué le habría pasado a todos aquellos sobrinos, y sobrino nietos que había visto crecer, cuyas pesadillas había calmado posándoles una manita fría sobre la frente calenturienta mientras se agitaban, dormidos.
Se perdió la casa, las piedras unas sobre otras, y con ellas todo aquello que no podía ni comprarse ni venderse, que se quedó atrapado, entre cuatro paredes, en un papel impreso, en un juzgado que nada sabía de esto, ni de casi nada, en realidad...