Pésame
Como habían mandado a Antonio a morir a su casa, tranquilamente, lo velaron allí, en el pueblo
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Historias a media mañana con Espido Freire (03/04/2017) - Pésame
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Madrid
Como habían mandado a Antonio a morir a su casa, tranquilamente, lo velaron allí, en el pueblo, en el gran patio con araucarias y esparragueras de la familia, donde habían jugado generaciones de primos y habían cortejado sus padres y sus abuelos, y donde, en las esquinas cuajadas de azulejos, habían amortajado y velado a todos ellos.
Manuel conocía aquella casa como si fuera la suya, y a Antonio como si fuera pariente. Lo eran un poco, de lejos. Sentía un deber el asistir al entierro. Cogió el coche, paró para tomarse un café en una estación de servicio, suspiró porque los recuerdos y la pena le asaltaban según se acercaba al pueblo. Cada vez faltaban más. Cada vez encontraba menos sentido a lo que se ganaba a cambio de lo que le arrebataban.
Había perdido la práctica de los velatorios en casa: ya todos se reunían en el tanatorio. Una memoria muy antigua, de niño al que llevaban a besar al muerto como último respeto, afloró con los gestos. Había que comer algo, no mucho, había que beber algo, no demasiado, mantener un ojo sobre el primo alborotador y borrachín, estrechar la mano de la viuda que, aunque destrozada por el valor, no perdonaría un detalle. Sintió que se probaba un traje que ya había llevado: no importaba que faltaran las palabras. Allí estaban las fórmulas, para lo que necesites, no somos nada, mi sentido pésame. Se sentó con una empanadilla y un vaso de vino, discreto, entre las macetas. Estaba bien hecho, aquello. Estaba todo bien.