Llamamos amor a cualquier cosa
Nunca imaginé que a la Tana lo del interés por la sexualidad le viniera por una cuestión profesional... Periodismo puro, oigan
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Getty Images
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Madrid
La primera vez que tuve relación con el sexo no convencional lo hice acompañando a alguien que seguía el rastro de uno de los hombres más buscados del país. A mi colega le habían dado un soplo. Le habían dicho que el pájaro en cuestión se dejaba ver absolutamente camuflado en un local de intercambio de parejas.
¡Como para negarse a una aventura así!
Salir sola da mucho callo y no vi especial diferencia entre los polvos a deshoras en cualquier discoteca y aquellos que emergían junto a mí. Bueno, sí. Sí vi diferencia. Vi mucho más respeto que en un bareto a las cuatro de la mañana cuando el típico borracho de turno se empeña en que me vaya con él. Vi limpieza, vi pulcritud. Vi elegancia y hasta a un señor del barrio con el que coincido en el mercado.
Tres horas después de muchas risas y aún más confidencias, calentitos en el jacuzzi, rodeados de parejas queriéndose a rabiar, no pude evitar invitar a mi amigo a que se colgara del balcón de mi escote, oliera mi reguerito de ámbar y metiera su santa polla donde yo pudiera agasajarla. Sin ser novios ni pareja. Sin querernos como si no hubiera un mañana. No buscábamos ningún proyecto de vida en común. Solo echar un pedazo de polvo. Uno que fuera capaz de perdonar la (improbable) posibilidad de que la historia del malo solo fuera una excusa para follar conmigo.
Siempre es mucho más apetecible esa tensión de glúteos que provoca una primera vez que te ves con un reclinatorio o hasta un potro en el que dejarse caer para que te encule quien has elegido. Siempre es mejor que follar junto a un váter de discoteca, a altas horas de la madrugada, en un entorno que apesta a orín. Y por ahí, por esto último, pasamos sin problemas. A ver si es que llamamos amor a cualquier cosa... Y por eso no tenemos ni idea de lo que puede ser el sexo.