Jugar con ventaja

Es curioso porque a principios de este año el presidente de la ANC, Jordi Sánchez, decía a propósito del juicio a Artur Mas que aquello no se podía acoger con una sonrisa. Hubo un momento en el que el proceso soberanista insistía de alguna forma en hacerse aparecer como la revolución de las sonrisas: un movimiento pacífico, multitudinario y ejemplar; un hermoso y gigantesco picnic. De esta forma centenares de miles de personas podían formar parte de ese movimiento, representado en sucesivas diadas, mientras la élite política cultivaba una atmósfera de enfrentamiento que ha terminado, o empezado, recientemente en los tribunales.

Con el asalto a la sede de un partido democrático se pueden relacionar muchas cosas, y en el caso de Cataluña me parece obvio que hay una relación casi embrionaria entre los que asaltan y los que condenan. Relación no es responsabilidad, o no tiene por qué serlo.

Moralmente tiene que suponer un ejercicio superior condenar el infringimiento de la ley cuando la Generalitat, como institución, fomenta esa infringimiento y presume de él, dándole legitimidad. Esquerra ha dicho, por ejemplo, que ésa no es la manera de conseguir la victoria. Lo que hace la CUP es jugar con ventaja: la ventaja que se deriva de la impunidad de saber que nadie invadirá su sede. Mucho menos a luz del día, con periodistas y con parlamentarios respaldándolo. En un país normal ese acto vandálico se realiza de noche y furtivamente. La Generalitat debería preguntarse por qué en Barcelona los que lo hacen lo hacen con orgullo, y si hay alguna conexión con la delicada relación que mantienen las instituciones catalanes con la ley.