El ruido del ascensor

Madrid

El ascensor suena a las seis y cuarto cada día, cuando el vecino sale para el trabajo. No es culpa suya, los cables rozan la pared de la cabecera de la camay me despiertan. Antes me daba la vuelta y dormía de nuevo hasta las siete. Ahora, muchas mañanas, no puedo. Veo cómo avanzan los minutos y la luz, cómo regresan de la oscuridad la ropa tirada, los dos cuadros de la pared, y el hueco de mi cama que dejó ella y que no hay forma de llenar.

A veces la echo de menos, otras no me acuerdo de ella. Las primeras noches no era capaz de dormir en casa. Me iba a cenar a casa de mi hermana y me quedaba allí, haciendo rabiar a los sobrinos para ocultar mi cara demudada, o salía con los amigos, y alguno de ellos me acogía luego en el sofá. Llegaba al trabajo con la misma ropa del día anterior, y con el olor de la resaca y la desesperanza pegado a la piel. Es complicado librarse de esos dos hedores. Llegan antes que tú, anuncian tu presencia como heraldos alicaídos.

En fin. Ahora ya duermo en mi cama casi todos los días, con los ruidos familiares, con la sensación de que recupero, poco a poco, un terreno que me fue arrebatado. A las seis de la mañana, si esa noche no me he desvelado, doy las gracias al ascensor. Ha pasado otra noche, llegan otros pensamientos, y escondo bajo los cojines el hueco de la cama.