Me abandonan y no me quiero morir
A la Tana también le han roto el corazón; ella no es diferente al resto. Pero quiso el destino que no quisiera mantenerse dolorosa demasiado tiempo. Quiso la fortuna que no deseara morir por quedarse sola. ¿Cómo lo hizo?
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Getty Images
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Madrid
Aprendí a asumir mis rupturas el día que me explotó de verdad una en la cara. Llevaba menos de un año con un profesor de la Facultad, del que por supuesto me enamoré. Los profesores de universidad están también para eso: para que nos enamoremos de ellos. Y aquel no solo me sacaba más de diez años, también me enseñó lo que no podían saber los que tenían mi edad. Dentro y fuera de la cama, por cierto… Recuerdo que para mí el mundo se acabó el día que aquel hombre me dejó. Fue la primera y la última vez que una ruptura me desmoronó. Me quité los dolores de alma haciendo algo de lo que me enorgullecería el resto de mi vida y 21 años después, sigo chuleando de haberme ido sola a recorrer la India.
A partir de aquello, los melodramas fueron menos dolorosos. Las aventuras mucho más consistentes. Los amantes pulularon por mi vida aportando lo justo y necesario en función de la relevancia que tuvieran y mis parejas se ganaron a pulso el título de ser algo más que el polvo de una noche. Por mucho que me gustaran sus pollas, por mucho que me lo comieran divino… También se crece una en las adversidades. Se aprende a decir “no”. Se adquiere valor para dejar a un marido al que no amas ni deseas y eres capaz de mandarle un mensaje al exnovio ese, al que tienes cariño.
Se aprende a crecer aunque escueza. A envejecer, aunque no quieras. A vivir sin tantos aspavientos, a exigir al que venga lo que es imprescindible en tu vida. A ofrecerle todo cuanto estás dispuesta.
Una buena ruptura te tambalea para que no te quede otra que ponerte en pie y seguir adelante.
Ahora me abandonan y no me quiero morir...
Se deja hueco a lo que quede por venir.