Mujeres que follan
Dice la Tana que a veces ha echado de menos ser hombre para hacer lo que le hubiera dado la gana. En realidad, lo que parece es que está dispuesta a exigir ser lo que es sin rendir cuentas.
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Getty Images
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Madrid
Desde que me crecieron las tetas y empecé a llevar tacones he sido testigo de lo mal que se maneja una mujer en este mundo que se calibra cuestionando siempre a las mismas. Me gustan los chicos desde que recuerdo. Y las chicas desde más o menos igual. Menudo cocktail para un pueblo con aspiraciones a ser ciudad, en el que eras “Fulanita la de Menganita”.
Si hubiera sido chico, habría dado lo mismo con cuántas me hubiera enrollado. Siendo mujer, merecía rendir pleitesía a los cuatro paletos que se quedaban con las ganas de comerme los morros y que maldecían el día que yo había decidido ignorarlos.
Gané a pulso todas y cada una de las letras que forman el concepto y el significado: S-E-Ñ-O-R-A. Hasta el punto de que ya da igual que no pueda llevar la cuenta de mis amantes, a nadie le importa que no recuerde más de la mitad de sus nombres y no hay quien pueda rendirme cuentas porque a ninguno, ni hombre ni mujer, ultrajé.
Aprendí a exigirme ser amante de quien quisiera. Aprendiendo de todos y cada uno de los que me apalancaron contra la pared, aunque solo me sirviera para no dejarme nunca más hacer.
¿Saben qué? Estoy dispuesta a dejarme los años en reivindicar poder seguir con la misma intención e intensidad que lo haría si lo que tuviera entre las piernas me colgara… En vez de jugar a esconderse.
Sí, soy mujer. Y encima me gusta.