De negro
Desde su adolescencia, ha cortado lazos, ha rehecho puntillas, ha cosido encajes en interminables pecheras
Historias a media mañana con Espido Freire (14/12/2016) - De negro
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Madrid
Era duro coser; no como lo hacían las señoras, con las puntitas de los dedos, en sus ratos libres. La vida de una costurera no resultaba sencilla, pero suponía un enorme salto a otro entorno, a un taller a cubierto o una tienda elegante. Desde su adolescencia, ha cortado lazos, ha rehecho puntillas, ha cosido encajes en interminables pecheras. Corte al bies, manga jamón, sombreros que parecen grandes cestas de pan. Ha enlazado cordones en corpiños que aprietan la cintura hasta el ridículo, y ha elegido los tafetanes y las bayetas listadas, estampadas, de colores vivos que les gustan a sus clientes, cubiertas de dinero y de malas elecciones. Cada vez las desprecia más: incluso las que antes le despertaban una sonrisa ahora le resultan vulgares, inseguras. Prefiere la compañía de los hombres, incluso los tejidos que los hombres usan. Su libertad, su comodidad. Esa mirada determinada y esos privilegios de nacimiento que les ha llevado a dominar el mundo. Pero la mayoría de los hombres ven en ella una más, quizás más guapa, quizás más ambiciosa, cosa que a menudo les hace gracia un tiempo para luego irritarles.
Se siente en tierra de nadie. A veces cose, a veces sueña. Una mañana, mientras pasea al atardecer, les dirige una mirada a esas hileras de obedientes muñequitas uniformes. Os voy a vestir a todas de negro, piensa; no llevaréis más corsés, no pareceréis absurdas figuritas, sino mujeres de verdad. Siente que ha crecido. Y a partir de ahora, -añade para sí misma- ya no me llaméis Gabrielle. Llamadme Coco.