La taza del día

Madrid

Hace poco le regalaron una taza de café que le invita a sonreír y le asegura que hoy conseguirá todo lo que desea. Hay días en los que la escoge y se anima; sorbe el café con otro humor, aunque el mensaje positivo le dure menos que el desayuno. Hoy no es de esos días; se ha levantado con un pinchazo agudo en los ovarios, y un puñado de canas rebeldes, tiesas y blancas bajo el espejo, le han recordado que ese fin de semana toca tinte, sí, o sí. No está para conseguir nada, porque lo que desea recuerda peligrosamente al Apocalipsis.

Tiene otra taza, la dedicada a la mejor madre del mundo, pero tampoco es la adecuada. Los mellizos llevan días revueltos, y Lucas le ha retirado la palabra después de una bronca en la que quedó claro esperaba de ella que adivinara sus deseos, y su agenda, que las otras madres sí recogían el chandal que sus hijos dejaban tirado por cualquier parte y que estaba deseando cumplir los 18 años para poder irse de casa.

- ¡Y yo! -le gritó ella-. ¡Lástima que no caerá esa breva! ¡A los 18! ¡Ja!

Juan se ha solidarizado con su hermano y ambos comen los cereales cabizbajos, en su mundo secreto y compartido solo por ellos. Ella suspira. La cafetera inicia un lloriqueo de vapor, y ella coge su taza de hoy. Sara, pone, con letra redondeada y unas flores pintadas bastante cursis, pero que le encantan. Hoy basta con eso, con recordar al menos cómo se llama.