Mis difuntos
Hay muchas cosas por hacer hoy. Encender velas, si creemos en ello, y disponer flores en las tumbas meticulosamente dispuestas
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Madrid
Hay muchas cosas por hacer hoy. Encender velas, si creemos en ello, y disponer flores en las tumbas meticulosamente dispuestas. Habrá quien sonría con amargura dulcificada por el tiempo, y recorra con los dedos las letras de metal de los nichos, o de un paseo por ese lugar en el que se desligó el alma de las cenizas.
Hay madres que no han podido dormir: las que perdieron a los hijos, a los nietos. Todos los días recuerdan en soledad, pero hoy es el día en el que todos recuerdan. Y les duele el vientre, donde estuvieron, y el corazón, donde aún están.
Hay tiempo para el descanso, también, y para el rencor que no se ha suavizado. Quien se acerca al cementerio para murmurar una maldición, o para recordarles a los muertos que ha vencido, que sigue vivo mientras los otros se fueron. Puede que no esté bien hablar mal de quien ha fallecido; pero nada impide pensar atrocidades.
Hay tiempo para lágrimas, y recuerdos, o para la indiferencia, la negación y la rabia, la depresión y la aceptación de que ya no les veré a ellos, a mis difuntos, no están. Solo asoman, a veces, entre la niebla. Su sangre corre por mis venas, sus rasgos se han conjuntado de una manera única en mi rostro, en mi manera de reír o en el gesto cuando pienso. Me acompañan, quiera yo o no. Son yo. Soy ellos.