Las reglas del juego

Madrid

Hay algo que me llama especialmente la atención en el modo de maniobrar de los saboteadores de la conferencia de la Autónoma. No se trata de los insultos, ni del ruido, ni de la exhibición de pancartas, ni siquiera del hecho mismo del boicot. Tiene que ver con otra cosa. Cuando no dejas hablar a alguien has perdido la oportunidad de combatirlo. Y has perdido la oportunidad de derrotarle, si eso era lo que querías. Con argumentos e ideas, que es como en este país se hacen las cosas, o se deberían hacer las cosas, desde hace 40 años.

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Hay un asunto más. Felipe González y Juan Luis Cebrián suelen expresarse en tribunas de prensa, en entrevistas, en lugares en los que no es posible rebatir nada. Tienen canales privilegiados para hacerlo, como tú y yo tenemos éste. Sin embargo cuando acudimos a un foro, cuando salimos a una conferencia, cuando nos vamos a presentar un libro, estamos cara a cara con lectores, estamos cara a cara con oyentes; estamos expuestos a que se nos pregunte, a que se nos pidan cuentas por algo dicho o escrito, a enfrentarnos a preguntas incómodas.

Esto es lo que perdieron en la Autónoma los que querían escuchar una conferencia. En un territorio que no era el desayuno habitual del Ritz o una charla en una fundación privada, o un coloquio con empresarios. Era en una universidad pública en la que estoy seguro que ningún político desconoce que puede no ser bienvenido. En una institución en la que demasiados políticos han sido boicoteados, insultados o agredidos por pensar distinto.

El propio Felipe González ya lo sufrió hace 23 años. Y aunque siempre sea desagradable, no pasa nada porque en una universidad haya un ambiente hostil contra alguien. Pero un ambiente hostil intelectualmente, no físicamente; nada que te impida expresarte en el lugar más consecuente con la libertad de expresión, y el que más problemas tiene en España para hacerlo. Yo he estado, por trabajo o por vicio, en conferencias de señoras y señores a las que combato y critico habitualmente en mi trabajo. Y necesitaba escucharlos para disponer de 'nuevo material', para confrontarlo con el mío, para tratar de desmontar sus ideas que eran contrarias a las mías. Cuando el otro no habla, cuando sale de un espacio público entre insultos, las reglas del juego son otras. Más singulares, más específicas y solo aptas para quienes tienen experiencia en ellas.