El disputado Sol de Vergina
En 1991 la República de Macedonia declaró su independencia de la antigua Yugoslavia. Las autoridades del nuevo estado optaron como símbolo de la unidad nacional por el sol de Vergina, también conocido como estrella argéada.
Madrid
Esta decisión, aparentemente intrascendente, provocó la airada reacción del gobierno griego, que se negó a aceptar no solo ese símbolo, sino la utilización misma del nombre de Macedonia. Tras dos años de intensa actividad diplomática, se llegó a un acuerdo que pasaba por la retirada del sol de Vergina de la bandera del nuevo estado y su cambio de denominación a ARYM (Antigua República Yugoslava de Macedonia, FYROM en inglés).
SER Historia: La Macedonia de Alejandro (02/10/2016)
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Esta polémica, a finales del siglo XX, no puede entenderse sin remontarse al siglo IV a.C., el período de mayor expansión del reino de Macedonia, la patria de tres de los personajes más ilustres de la Antigüedad: Filipo II, Alejandro Magno y Aristóteles. Curiosamente, el pequeño reino del norte, que los griegos atenienses consideraban, en gran medida, un país de bárbaros, se había convertido en objeto de fricción dos milenios después, pues la reivindicación de su pasado glorioso es uno de los elementos vertebrados del estado heleno moderno, que ve en las maniobras del gobierno de Skopje un intento de apropiarse de un pasado que no le pertenece.
No está claro si la antigua Macedonia fue el estado unitario de un etnos o una federación de ciudades-estado. Si investigamos el origen de la palabra Macedonia tenemos dos posibles explicaciones. La primera, mitológica, de la que da cuenta el Catálogo, atribuido a Hesíodo (Cat., frag.7), nos dice que Zeus y Tía, una hija de Deucalión, concibieron a Magnes y Macedón, hermanos y epónimos de Magnesia y Macedonia, respectivamente. Para Estrabón, este Macedón era un antiguo rey, aunque no precisa su origen (VII, 11). La segunda explicación, etimológica, es la que parece aclararnos la cuestión del origen geográfico del reino, pues haría referencia a la raíz griega “mak-“, que vendría a significar “alto”, en clara alusión a las tierras altas de Pindos, Olimpo y Pieria.
La primera referencia a este territorio aparece en La Ilíada, precisamente en relación con su orografía: “A continuación la hija de Zeus, Afrodita, se marchó a su morada, pero Hera dejó atrás de un salto la cima del Olimpo. Tras descender en Pieria y la encantadora Ematia, se lanzó sobre las nevadas montañas de los tracios” (XIV, 226). Pieria es el nombre que reciben las tierras altas del reino, mientras que Ematia es la llanura que se extiende hasta el mar. En estos lugares surgieron ciudades como Egas, la antigua capital del reino; Pella, que la sucedió en importancia probablemente a partir del reinado de Arquelao (siglo V a.C.); Mieza, en la que Aristóteles instruyó a Alejandro o Dion, al pie del Olimpo, con un santuario dedicado a Zeus de gran importancia.
Macedonia era un territorio rico. Sus bosques fueron una fuente inagotable de madera para las armadas de los vecinos griegos del sur, como atestigua Jenofonte (Helénicas, V, 2-16 y VI, 1-11), o para los mismos persas, como nos dice Heródoto (VII, 131). Sus minas proporcionaban oro y metales. Sus campos eran fértiles y el ganado era abundante. Su posición era también estratégica, puesto que era zona de paso entre la península del Peloponeso y la Grecia continental y Asia, por lo que ocupó un papel relevante en las guerras Médicas y del Peloponeso, que durante un tiempo tuvieron su foco en la península Calcídica.
En este contexto brilló la dinastía argéada con su famoso sol como emblema. El sol cuyos rayos recogió su fundador, Pérdicas, en el mito que relata Heródoto (VIII, 137-138), en el que tres hermanos procedentes de Argos fundaron el linaje real del que surgirían figuras de tanta importancia en la historia de Grecia como Alejandro I Filoheleno, Arquelao, Filipo II o Alejandro Magno, quien con su conquista del Imperio persa eclipsaría el pasado de su propio reino y cuya figura todavía hoy resulta disputada.