Pez volador
Ya no hay vuelta atrás. Su lengua se enrosca primero en torno al alga tenue, rígida, que se resiste y se vuelve gelatinosa al contacto con su saliva
Madrid
-Es que no creo que me guste, -intenta negarse María; se excusa-, yo tengo preferencias más sencillas, de verdad…
Pero antes de que haya formulado la frase, su novio ya le ha metido los palillos en la boca, y ella mastica el sushi.
Ya no hay vuelta atrás. Su lengua se enrosca primero en torno al alga tenue, rígida, que se resiste y se vuelve gelatinosa al contacto con su saliva. Contiene el arroz con un ligero aroma a vinagre, una insinuación de amargura. Muy leve, el regusto a picante del wasabi, esa pasta verde y peligrosa que brinda textura en una brizna, y hace que broten las lágrimas si se añade en cantidad excesiva.
A continuación, las huevas de pez volador estallan en su boca, una a una, y la llenan de mar, de una inesperada sensualidad y una suavidad desconocida. Seda líquida, quizás, o marfil caliente, o una carne abierta. No puede compararlo a nada. Vuelan. No hay palabras, de hecho, no hay sensaciones con las que pueda contrastarlo, o definirlo. Es un sabor adulto, algo nuevo, o algo reconocido, en la memoria, que comparte con su novio y que le inicia y le introduce en otra fase inquietante, donde no basta lo establecido. Se miran.
-¿Sí?
-No sé...
No sabe si le gusta, pero en el fondo, tiene perfectamente claro que le encanta.