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Las cuatro caras del mal (Malo 3)

El asesino en serie psicópata

Fotograma de 'El silencio de los corderos' (Jonathan Demme, 1991). / MGM

Madrid

Septiembre se vuelve más oscuro y malvado conforme avanzan los días. Continuamos con nuestra serie especial de elementos del miedo dedicado a los villanos. Jesús Palacios, escritor y crítico cinematográfico especializado en el lado oscuro, nos invita a conocer al tercer arquetipo. Uno muy especial, que puede estar más cerca de ti de lo que podrías imaginar.

Ya has coqueteado con el romántico vengador deforme y has pasado por la sala de operaciones del científico loco. Son fáciles de identificar; puedes adivinar sus intenciones con antelación. La particular iconografía que los define y sus métodos grandilocuentes los hacen ciertamente previsibles. Ha llegado el momento de que conozcas a otra raza más sutil y aún más peligrosa. Que hable el maestro.

Las cuatro caras del mal (III): El asesino en serie psicópata: El monstruo de hoy

“Aunque en cierto modo se encuentra implícito en algunos de los villanos vengadores y deformes que hemos visto, se diferencia radicalmente de éstos en el hecho de que no existe ninguna justificación –al menos ninguna suficientemente convincente– para el hecho de que sea un asesino sádico que disfruta, con matices siempre eróticos y sexuales, de sus brutales crímenes.

Siempre se ensaña con víctimas lo más indefensas posibles –prostitutas, niños u homosexuales–, desprotegidas socialmente. Es el monstruo humano definitivo, ya que carece de adornos sobrenaturales, ‘fantacientíficos’ o de algún tipo de romanticismo. Aunque se haya convertido en un mito perteneciente a la ficción procede de una realidad innegable y verdaderamente asustadora: la de la crónica negra, la psicología forense, el periodismo amarillo y la criminología.

Sin máscara alguna (o con la máscara definitiva: su propio rostro), sin atributos exteriores de su perversidad, enfermo mental y moral irrecuperable, el psicópata o sociópata asesino es también el perfecto monstruo moderno, la máquina de matar definitiva, eficiente y amoral.

A menudo se nos puede revelar como un ser humano patético, tan víctima de su manía criminal, a veces acompañada por un instinto suicida, como sus propias víctimas. Es la mitología literaria y cinematográfica pop la que lo ha transformado en ‘supermonstruo’ contemporáneo, sacándolo del miserable arroyo de la realidad más sucia y convirtiéndolo en mito.

Un übermensch asesino, culto, diabólico y sofisticado. Lo que más miedo da, claro, es que puede ser cualquiera de nosotros: un vecino simpático, un pariente, nuestro mejor amigo o nosotros mismos –a lo Jekyll y Hyde–, y el hecho de que actúa con la misma imprevisibilidad de un huracán, un terremoto o un accidente de tráfico. Las malas novelas, la televisión y el abuso lo han desgastado inevitablemente.

Jack el Destripador fue, sin duda, el primero a quien podemos aplicar el epíteto de asesino psicosexual en serie, pese a algunos ilustres antepasados como Gilles de Rais o la Condesa Báthory. El otoño de terror de 1888 durante el que sembró de cadáveres mutilados de prostitutas las calles del Soho londinense dio lugar a la primera fiebre del serial killer.

Jack, amparado por la popularidad de la prensa impresa, el desarrollo de la psicología, los avances en criminalística y los folletines de su época, aprovechó estos recursos para manifestar su personalidad de asesino psicópata orgulloso de serlo, muy disciplinado y con ansias de popularidad.

El hecho de que nunca fuera capturado o descubierto y que su identidad siga a día de hoy siendo un misterio acrecienta su impacto perdurable en la ficción y en la realidad. Habiendo inspirado a buena parte de sus descendientes, tanto literarios y cinematográficos… como auténticos.

En sus comienzos es un cruce entre el asesino romántico gótico, al que se le buscan motivos que justifiquen sus crímenes y la figura del psychokiller moderno. Las novelas, filmes, series, cómics y libros de crimen real alrededor de su figura son incontables y la ripperología una ciencia inexacta de moda en pleno siglo XXI.

Norman Bates es el punto de partida del serial killer psicopático contemporáneo, primero gracias a la novela injustamente menospreciada de Robert Bloch y sobre todo por la adaptación cinematográfica de ésta llevada a cabo por un Alfred Hitchcock en estado de gracia: Psicosis (Psycho, 1960).  

Desafió convenciones y conveniencias para plasmar una montaña rusa del horror en la que Anthony Perkins personifica con singular maestría al psicópata de doble personalidad, incapaz quizá de matar una mosca pero muy capaz de liquidar a todas las chicas guapas que pasen por su motel de carretera. Inspirado en la figura real y mucho más casposa de Ed Gein, el asesino necrófilo tejano, Norman Bates es el primero de una larga saga que sigue hoy vigente.

Michael Myers se puso una máscara inquietante e impersonal y salió una noche de Halloween a masacrar a su hermanita y a todo el que se le pusiera por delante, en el clásico de John Carpenter La noche de Halloween (Halloween, 1978), que convirtió al ‘psychokiller’ en figura emblemática de una moderna ‘danza de la muerte’ cinematográfica.

Dotado de poderes poco menos que sobrenaturales, encarnación inconsciente del arquetipo del dios de la muerte, más familiarmente conocido como el Hombre del saco o el Coco, Myers inicia un desfile de figuras mitológicas, lejanamente emparentadas con el auténtico psicópata asesino de las noticias, que incluyen nombres como los de Jason Voorhees o Freddy Krueger y que llegarían a formar parte de nuestro imaginario colectivo, cayendo incluso en la parodia y la autoparodia irreverente.

John Doe, es decir, Juan Nadie, interpretado por Kevin Spacey en el clásico moderno del género Seven (1995) de David Fincher. Una figura casi abstracta y eminentemente diabólica, de inteligencia e ingenio superiores, entregada exclusivamente al mal, pero que al tiempo parece encarnar algún tipo de enfermiza moral judeocristiana al castigar a sus víctimas siguiendo el decálogo entregado a Moisés por el propio Creador en forma de zarza ardiente.

Supone un punto inflexión en el personaje al consagrarlo como supervillano sofisticado que planea sus crímenes siguiendo un orden secreto, erudito, críptico y esotérico. Pese a ostentar una forma humana parece esconder una naturaleza satánica, que proyecta al ‘psychokiller’ a la esfera de lo sobrenatural. Además el filme de Fincher inaugura una estética oscura y sucia que resulta hoy casi indisociable del personaje y el género.

El Dr. Hannibal Lecter, afortunada creación del novelista Thomas Harris, ejemplifica el proceso de deificación que ha sufrido el serial killer psicópata dentro de la cultura popular en las últimas décadas. Cuando aparece por vez primera en la novela El Dragón Rojo (1981) es un psicólogo forense y asesino caníbal, modelado sobre la figura real de Ted Bundy, que se encuentra en prisión y a quien consulta el FBI para atrapar otros asesinos en serie.

En su siguiente aparición, en El silencio de los corderos, logra finalmente escapar de la cárcel gracias a su relación singular y perversa con la agente Clarice Starling, acaparando las simpatías del lector al dar muerte a varios repugnantes personajes moralmente inferiores.

En la siguiente entrega, Hannibal, ya es el protagonista y su misión consiste en masacrar con estilo y humor a una de sus víctimas, la cual  sobrevivió y que se ha convertido en un criminal mucho peor que él, adquiriendo progresivamente ciertas características de (anti)héroe capaz de seducir al lector y ponerle de su lado.

Al final en Hannibal, el origen del mal, descubrimos su infancia, juventud y aprendizaje como asesino, resultando ya claramente un personaje simpático por el que nos inclinamos favorablemente pese a sus crímenes, comprendiendo sus motivos y teniendo en cuenta que siempre o casi siempre acaba asesinando a personajes mucho peores que él.

Llevado a la pantalla en varias ocasiones y convertido en protagonista de una serie de televisión, Hannibal Lecter ejemplifica cómo se puede pasar de asesino en serie malvado pero seductor a ser un asesino en serie sólo cautivador, que adquiere cualidades de héroe benigno por comparación con sus víctimas, diseñadas exprofeso para ser mucho más despreciables y ganarse a pulso el honor de ser asesinadas por él. El principio del fin para el 'psychokiller'.

Dexter era el paso final. Creado por el novelista Jeff Lindsay y consagrado como personaje popular en la serie de televisión homónima protagonizada por Michael C. Hall, se trata de un policía que a la vez y en secreto es también un psicópata asesino. Pese a los dolores de cabeza que a veces le produce el asunto, ha reconducido su instinto y cualidades criminales a la labor de detener y, habitualmente, ejecutar sádicamente a otros asesinos en serie, satisfaciendo así su psicopatía y evitando causar víctimas inocentes.

Con todo el humor y el estilo que le son característicos tanto en las novelas como en la serie, Dexter no deja de representar el estado final dentro de la cultura pop del serial killer, reconvertido en héroe y trabajando para el bien, como única respuesta aceptable a la oscura e inexcusable fascinación que el psychokiller real ejerce en todos nosotros”.

Jesús Palacios

 
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