Cambiemos el gimnasio por la cama
La Tana tiene claro que la edad no es incompatible con el deseo
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Getty Images
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Madrid
Empecé a estar mollar pasados los treinta. Se sumaron varios factores: que empezaba a colocarme donde quería estar, que me desprendía de mucho equipaje de mi mochila personal y que me había empeñado, fuera como fuera, en que cada vez que me metiera en una cama, lo hiciera con todas las ganas puestas. A partir de aquí, sí que empecé a estar buena.
Cumplir años es lo mejor que puede pasarme; la otra opción, espero que tarde en llegar. Con el paso de todos estos años comienzo a no distinguirme en los espejos para refugiarme en las fotografías de antaño. Sumo la imperiosa necesidad de seguir sintiéndome mollar aunque la cara empiece a sembrarse de arrugas, el pelo a cuajarse de canas y mis carnes tiendan a necesitar más de dos días de gimansio a la semana.
Cambiemos el gimnasio por elegir compañeros de cama y firmo.
Sería injusto que a partir de una edad dejaran de desearme. Sería egoista pretender que el trabajo sucio lo hicieran los demás. Voy a seguir intentando enredar mis piernas en las de quien encarte, voy a intentar que entre mis sábanas reluzcan las ganas de alguien más. Quiero que sigan dejándome meterme entre unas piernas para elegir quien se explaye entre las mías. Pasemos el tránsito que haga falta excitándonos sin las voluptuosidades de la juventud. Queriendo mientras me quieran; deseando aunque no tengamos fuerzas.
Hacerse mayor no es tan terrible. Lo terrible es envejecer por dentro.
Guardémonos una ración de ganas para cuando nos haga falta. Por si acaso.