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Madrid

Llegar a España atravesando la frontera de Melilla exige estrategia, coraje, fuerza y una determinación a prueba de cuchillas y de alambradas de seis metros de altura. Aun así ayer lo lograron unos ciento veinte hombres y mujeres, que consiguieron despistar a las fuerzas de seguridad de los dos lados de la valla y que echaron a correr hasta llegar al atiborrado Centro de Acogida de Inmigrantes.

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Cuentan que algunos iban heridos y que al menos uno tuvo que ser transportado en brazos porque sufría una fractura de huesos. Cuentan también que algunos ciudadanos de Melilla les indicaron apresuradamente el camino al albergue, porque saben que una vez allí ya no pueden ser objeto de devoluciones en caliente, y que les entregaron botellas de agua para que aguantaran los últimos metros. Cuentan también que fueron recibidos en el CETI con vivas y abrazos de los otros cientos de personas que esperan allí el momento de ser transportados a la península.

El Centro que tiene una capacidad máxima de unas seiscientas personas alberga en la actualidad a más de novecientas. Ellos no se quejan, han logrado lo principal y ahora tienen una paciencia infinita. Pero aunque ellos no se quejen, la realidad es que el albergue está completamente saturado y que su traslado a la península empieza ya a ser una necesidad urgente.

Lo que les acabo de contar es una historia feliz. Ellos lo han logrado. A lo largo del verano, unas doscientas cincuenta personas han conseguido abandonar los insalubres campamentos en territorio marroquí. Han logrado huir de las palizas de los guardias que intentan evitar que se acerquen a España, han logrado superar las vallas y esquivar las cuchillas. Algunos huyen de la miseria, otros de la guerra, otros de la violencia. Alegrémonos hoy por los que han conseguido llegar. Bienvenidos.