¿Y si nos quedamos con las ganas?

Madrid

Imaginemos. Imaginemos por un momento que dejáramos de meternos en la cama de esa persona que nos ronda. Que decidamos ir despacio. Que optemos por ponerlo difícil. Que en vez de buscarnos ninguna excusa, de esas que sabemos manejar para escapar de la posible tentación de acostarnos a la primera, elijamos elegir. Pero elegir de verdad. Ponérselo difícil sin hacernos la interesante, no calentarnos la cabeza calentando entrepiernas. Empeñarnos en que el próximo polvo que nos espera no se evapore con el último de mis gemidos.

Planteémonos la remota posibilidad de ponerle diques al mar.

No quedará otra que trabajarse a la persona en cuestión. Conseguir sacar primero lo mejor que tenga dentro para dejar también que afloren todos y cada uno de sus defectos. No vaya a ser que una de sus horribles manías nos estalle en la cara cuando ya sea demasiado tarde.

Hacer del amor la única garantía que sustente el más mínimo roce, la más tenue de las calenturas. No desear antes de tiempo, no acariciarnos hasta que nuestra piel no lo pida a gritos. No meterte mano cuando coincidamos en el ascensor y mucho menos ponerme de rodillas en la calle Mayor para chupártela después de las tres copas que nos entretuvieron hasta tan tarde.

Imaginemos que somos capaces de quedarnos con las ganas. Imaginémonos en semejante tesitura…

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Lo mismo si terminamos en la misma cama no queremos salir de ella.