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El olor del sexo entre tus sábanas

Esta semana La Tana nos revela una de las razones por las que deja huella en camas ajenas

Getty Images

Madrid

Compré mi primera botellita de ámbar gris en un mercado de Varanasi hace justo veinte años. Me había dejado el primer hombre de mi vida y me obligué a sentirme orgullosa de mí misma haciendo lo impensable absolutamente sola. No había cumplido 24 años y me largué a la India sin billete de vuelta. Recompuse mi orgullo y elegí cómo quería que me recordaran todos los que llegaran a partir de entonces.

A partir de aquí, mi piel ha estado ligada a ese olor en todas sus posibilidades. Pasé años conformándome con sucedáneos comerciales que fueron retirando del mercado sucesivamente. No tenían tirón y ninguna de las estrellas querían poner rostro a perfumes secos y amaderados. Contundentes sin filigranas florales o cítricas que compensen tanta rotundidad.

Hasta que conocí a mi traficante de ámbar. Tres veces al año viaja a Varanasi y lo busca para traérmelo. Sabe lo que significa. Recompuse mi corazón dejando regueritos de ámbar gris en pieles ajenas, restregándome para obligarles a que me recordaran siempre que se cruzaran lo más mínimo con el olor de mi cuello, de mis corvas, de mis ingles y mi ombligo.

Una gota nada más. Una sola.

Es más que probable que no la chupe tan bien como me creo, por mucho que insista en metérmela entera y repasarla a lengüetazos. Apuesto a que cualquiera al ponerse a horcajadas se comporta parecido a mí. Quien más y quien menos coloca los tacones que no pisan asfalto sobre los hombros del que triunfó esa noche... Ni siquiera soy original para elegir los pañuelos con los que me aten al cabecero ni tengo la última tecnología en dildos con las pilas cargadas.

Pero me fascina que el olor al que me vas a asociar a partir de ahora sea el del ámbar gris. Un perfume que se hace con la secreción estomacal del cachalote con la que digiere los animales de concha que haya podido tragar. Ese escupitajo se mezcla durante años con el agua de mar hasta que llega a la costa donde lo recogen para convertirlo en un escupitajo perfumado por la putrefacción de sus ingredientes.

Nada más representativo de lo que pretendo en esta vida.

Así, aunque no sea la mejor que haya pasado por tu cama, puede que sí sea de las pocas que no olvides.

 

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