Mario Moreno, Cantinflas
La llamada de la historia: Mario Moreno, Cantinflas
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Madrid
Podría haberme dedicado a cualquier profesión, de hecho, de dediqué a muchas y muy distintas. Fui zapatero, limpiabotas, cartero, boxeador e incluso torero. Y fui soldado de infantería, hasta que mi padre envió una carta al ejército solicitando mi baja.
Había mentido: debía tener veintiún años para entrar y tan solo contaba dieciséis. Pero algo tenía que hacer porque éramos muchos hermanos y la economía familiar necesitaba ayuda.
Empecé en carpas de circo, como bailarín, como imitador, hasta labrarme un personaje propio que inspirado en la manera de ser, de sentir y de vestir de los barrios humildes de mi país. Había baile, acrobacias, y un poco de todo. Entonces me puse un mote, para disimular. A mis padres no les parecía ni profesión ni nada tan siquiera respetable esto del espectáculo.
En esta época de circo conocí a la que fue mi mujer, Valentina. Estuvimos juntos toda la vida, hasta la muerte de ella. No pudimos tener hijos pero adoptamos a un chico. Hubo quien dijo que este niño era mi hijo biológico, nacido de una relación extramatrimonial. No puedo obviarlo, porque se ha dicho demasiadas veces.
En mi vida profesional me crucé con un representante que produjo mis primeras películas. Corría el año 1936, pero fue en 1940 cuando supimos lo que es el éxito. En toda Latinoamérica. Cierto es que pasado el tiempo, tratamos de exportar nuestro cine, nuestro arte, pero en las traducciones se pierden detalles, se pierde calidad, se pierde gracia. Ahí está el detalle.
Cuando conseguí la fama suficiente me decidí a representar a la Asociación Nacional de Actores. Pero no dio buenos resultados el tema y volví al teatro. Inicié una obra teatral, que cambiaba cada noche, que fue tachada de blasfema y que hice porque sirviera para atacar a los políticos. Parece que hay quien no entiende que quisiera defender los derechos de los míos mientras era de mente conservadora y me hacía con una buena cantidad de empresas.
Pero aunque me gusta mencionarlas, no me gustaría avanzar en polémicas. En mi debut en Estados Unidos fui nominado a un Globo de Oro, y la recaudación fue tremenda. Me convertí entonces en el actor mejor pagado del mundo. Qué culpa tendré yo. Por un lado es mucho pero por otro es poco.
Pero de nuevo, llegó la traba lingüística. Mi manera de actuar, de ser y de llevar a cabo mis trabajos, se basaba especialmente en los juegos de palabras. Lo cómico de empezar una conversación con sentido para luego irla complicando hasta no entender nada, eso no puede traducirse o al menos, nunca pudo hacerse y que quedase bien.
Dediqué mi vida al mundo, a los demás, a hacer reír, a entretener. Y esto no es siempre compatible con la vida propia, ni tan siquiera con la familia propia. Es complicado cuando desarrollas un personaje y ese personaje se convierte en tu vida, en tu carrera. No lo puedes soltar y hay quien no sabe que tú eres el que hay detrás, o delante, de aquello que interpretas una y otra vez. Pero lo hay. Hay una persona y un personaje. Aunque en casos como el mío se solapen tanto…Yo no era un hombre atrevido, ni gracioso… Yo era de esas personas que tardan en responder las preguntas, que no gusta de grandes monólogos. Lo que nos acercaba más era el tabaco. También nos llevó a los dos al final.
Cuando nos fuimos, llegaron las peleas. Entre mi hijo adoptivo, mi sobrino y la compañía cinematográfica. Con juicios de por medio. Todos ganaron, pero todos querían ganar más.
Adriana Mourelos
En El Faro desde el origen del programa en 2018. Anteriormente, en Hablar por Hablar, como redactora...