Sexo sobre ruedas

Madrid

Nos conocimos en un campeonato del mundo de tenis sobre silla de ruedas y cuatro días después se nos notaba a la legua. Bastaba que nos cruzáramos a última hora en cualquiera de las pistas de tierra batida para que, con sus manazas, me levantara dos palmos del suelo y me colocara sobre sus rodillas muertas. Cogía velocidad llevándome encima, derrapaba cuando se esquinaba el camino, comprobando dónde estaba el límite para que yo, abrazada a su cuello, soltara algún que otro grito.

Mis empotradores de referencia no dejaban de ser tiarrones de metro noventa y, como cualquiera de ellos, el de la silla de ruedas también me folló. A pulso me mantuvo sobre sus rodillas, a pulso me desnudó y a pulso subió mi sexo hasta su boca. Soportando sobre aquellos brazos de acero para barcos el peso que hiciera falta con tal de hacerme lo que le diera la gana.

Con su polla inerte descubrí que el deseo no es tan pacato como parece. Gustaba de estar entre sus piernas chupándosela, llenándosela de babas, relamiéndome con todas mis fuerzas. Sabiendo que no conseguiría una erección pero sí su más absoluta devoción. Me basta.

Sacó la jeringuilla de la zamarra que llevaba en la silla y clavó la aguja en la parte más carnosa de su polla. Un pinchazo, diez segundos y aquello emergió. Una verga capaz de aguantar mis embestidas a horcajadas con mis piernas a ambos lados de su trono, abrazando su pecho, besando sus pezones, sintiendo dentro muy dentro la envergadura de todo su sexo. De frente a él para besarle, de espaldas para recrearme, follándome por encima de mis posibilidades y cumpliendo con todas las suyas...Follar sobre ruedas no es ningún eufemismo.